El tabaco como arma revolucionaria

Me pareció ayer escuchar a una ministra socialista insinuar o afirmar, a tanto no llega mi memoria, que los ingresos del tabaco podrí­an servir para financiar la sanidad pública. Y dí­jeme… !Toma ya! o como decí­a ayer parafraseando a Pepe Isbert… ¡Ahí­ le has dao!

Lo primero que uno piensa es la gallardí­a en la asunción del fracaso y la pragmática inteligencia estratégica que viene a convertir la debilidad en fortaleza, la amenaza en oportunidad y en definitiva a hacer de la necesidad virtud. Como no conseguimos que dejen de fumar pues usamos los cuartos que les sacamos para pagar la sanidad. Bien pensado, reconocida la inviabilidad del objetivo inicial, el de que todos dejemos de fumar, y por no caer en la tentación de prohibir algo que se predica nocivo y asesino pero que deja pingí¼es beneficios a las arcas públicas, lo que se tercia es suprimir todo tipo de campañas, publicitarias y operativas, eliminar direcciones, secretarí­as y secciones y acumular a los ingresos del tabaco el ahorro en las campañas contra él.

Claro que, si los ingresos siguen sin bastar, siempre podremos subir el precio incrementando la carga impositiva. Y ahí­ es donde el tabaco empieza a constituirse en una verdadera arma revolucionaria en todos los sentidos.

Es revolucionaria en cuanto a la metodologí­a aplicada en la historia de las luchas revolucionarias. Es revolucionaria además en el más puro sentido marxista leninista del término.

Como el precio será tan alto sólo los propietarios y los burgueses que les apoyan en contra de la clase trabajadora de a pie podrán fumar. Los trabajadores de siempre, los proletarios del mundo tendrán que conformarse con intentar comer y si el sueldo se lo permite, bien por su importe, bien porque lo tienen, hasta pegar unos tragos de vino peleón. Habida cuenta de que según se nos indica está cientí­ficamente demostrado que el tabaco mata, las clases dirigentes, los rentistas, especuladores y capitalistas en general, acabarán con ellos mismos a golpe de mechero y Davidoff, extinguiéndose del planeta sin que corra la sangre, sino si acaso los alveolos alquitranados. Y lo harán, lo que es mejor, financiando con su suicidio la sanidad de los pobres, porque ellos, por supuesto, seguirán pagando de sus bolsillos y nuestros esfuerzos sus clí­nicas privadas y sus doctores de postí­n.

No, si ya decí­a yo que esta joven prometí­a… ¡Viva la revolución y que corra el humo!

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