La cuarentena de Basagoiti

Esto del final de la violencia, de la relegalización de Batasuna, de la normalñización en suma, empieza a parecer una plasmación polí­tica de las paradojas de Zenon. El camino está claro y la meta visible, pero a cada paso que se da aparece un nuevo paso que ahy que dar, y tal parece que al final, en lugar de acercarnos al destino nos vamos alejando de él.

No seré yo el ingénuo que vaya a creer a quien naide sabe exactamente quien es pero que mantiene la mentira, el engaño y el desprecio a la realidad como identidad corporativa, imágen de marca que podrí­amos decir. Pero el caso es que tampoco parece muy creible un interlocutor para el que primero vale una cosa pero que cada vez que ve cerca que se cumpla sale con otra y luego otra más y así­ hasta el infinito.

Ya no basta con que no haya violencia para poder defender ideas. Hay que mirar que ideas son. Ya no vale que uno diga que apuesta por unas ví­as, tiene que condenar las otras. Ya no es suficiente, inlcuso que las condene, la parte condenada tiene que aceptar su condena. Ya no hay relacion causa efecto entre la condena o el cese verificable y la rehabilitación, hace falta una cuarentena de cuatro años (?) para comprobar que todo es cierto. Cuando se cumplan tres de los cuatro años será el peinado o la marca de calzado.

Y el caso es que hablando de cuarentenas, y conociendo orí­genes, y certificando silencios clamorosos, y reconociendo tics que uno creí­a olvidados y hasta superados, y oyendo las arengas de los voceros, y viendo en suma como el tiempo y la lluvia que lo enjuga a veces no sólo no limpia sino que simplemente destiñe el traje de seda de la mona, uno se pregunta si no hubiese sido más prudente aplicar hace años la propuesta Basagoiti. De haberlo hecho, su partido aún tendrí­a cinco años de tiempo para demostrar que existe una derecha realmente ajena en todo al franquismo, que condena sus métodos y sus principios, que rehuye homenajes nostálgicos, que asume un nuevo reglamento de juego, que abomina de errores del pasado y que rehabilita a las ví­ctimas de antaño.

Desde aquel lejano 1975 han pasado tan solo 35 años. Muchos para los que quieren olvidar, pocos para los que tienen que demostrar que son otros distintos y que lo han superado.

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