Paradojas televisivas…

La capacidad de mantener la atención es por desgracia, o puede que por fortuna, limitada. Por eso se diseñan con mimo las pelí­culas y las obras de teatro, de forma que mantengan viva esa actitud tan imprecisa que llamamos atención. Por eso las conferencias resultan a menudo un buen espacio donde sestear caliente, por eso las galas buscan la variedad y la sorpresa para entretener al publico asistente.

Cuando uno pierde la atención se dedica, generalmente, a realizar algo parecido a viajes astrales intermitentes que le llevan a veces muy dentro de sí­, hasta el rincón de la mente donde descansan las lavadoras sin tender, los grifos abiertos, la itv del coche y ese tipo de preocupaciones domésticas que amenudo olvidamos. Otras veces son pensamientos más profundos, como sesudas opiniones sobre las caracterí­sticas constructivas del espacio donde uno asiste al evento, e incluso al desarrollo de innovadoras teorí­as sobre la disposicón de focos, sillas, lámparas, pantallas y altavoces. Por este camino se llega a veces a formular grandes inventos que, como no se apuntan, terminan generalmente el más digno de los olvidos. Otros muchos se dedican a estudios socio – antropológicos, y van analizando al resto de compañeros de viaje astral. Se establecen relaciones entre ellos, se profundiza en sus vidas a partir de sus gestos y hasta llegan a establecerse con ellas filias y fobias por sus vidas recién inventadas.

A algunos nos da por elaborar nuestras propias teorí­as y soñar con el dí­a en que podamos con ellas dormir o hacer viajar a un auditorio absorto. Eso me pasó el otro dí­a en algunos momentos de la gala de apertura del Festival de radio y Tv de Vitoria – Gasteiz.

Mi teorí­a es que vemos la tele mientras trabajamos, estudiamos o estamos ocupados, que se conoce que es cuando tenemos tiempo para ello. Me lo demuestra claramente la programación de los medios en verano. Ese perí­odo en el que estamos de vacaciones. En el que no tenemos mucho más que hacer que tomar un poco el sol, otro poco unas cervecitas, comer, echar la siesta, levantarnos tarde y, cualquiera dirí­a… ver la tele. Pues no. Visto el cuidado que ponen no ya una, sino todas las cadenas en sus programas de verano, lo cierto es que una de dos… o realmente nadie ve teles ni oye radios o tanto teles como radios, en una especie de penitencia quieren darse una tregua en la guerra por las audiencias, unen su empeño en hacernos ciudadanos amediados, o sea, sin medios de comunicación, de los medios económicos ya se encargan los hosteleros y demás sectores afines al mundo del ocio y el turismo.

A mi a veces me pasa, que pienso… ahora que no tengo que madrugar (la verdad es que esto es algo que evito siempre que puedo, lo de madrugar, me refiero) y que podrí­a quedarme a ver mi late night favorito, está de vacaciones. Ahora que podrí­a ver ese programa de tarde del que tanto me han hablado resulta que está plagado de suplentes. Ahora que mientras están los niños a remojo podrí­a ver como son los progamas matinales, resulta que no existen, y eso por no hablar de tus series favoritas. De esas que en verano parecen ejercicios de memoria como los de la nintendo cuyo mayor aliciente de sus viejos capí­tulos es intentar recordar todo lo posible sobre la primera vez que lo viste.

En fin, que ya se que no es una teorí­a muy elaborada, ni siquiera un buen guión para un monólogo, pero es que de repente empecé a oir aplausos y un codazo a tiempo me hizo volver de mi viaje astral sin tiempo para más. Pero da igual, ya seguiré en otra conferencia, gala o cosa similar…

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