Televisión, cultura y festivales.

Me llama un amigo y me pregunta si me importa acompañarle a la gala de inauguración de Festval, el festival vitoriano de radio y televisión nacido de la factorí­a Fiestras con la inestimable ayuda de Arantza Lalinde y Javi Padilla (y muchos más supongo yo). Esta es su segunda edición, y visto lo visto es posible que no sea la última. Buena presencia de público, famoseo, interminable alfombra roja o más bien naranja, cámaras, fans, redactores, y hasta alguna que otra autoridad.

Lo primero que me llamó la atención fue el despliegue de vallas, equipos de seguridad y agentes de cuerpos varios o varios cuerpos de agentes, según se prefiera. Parecí­a aquello el final de una etapa del tour, sólo que la gente no agitaba gadgets de euskaltel ni banderas más o menos grandes. Les bastaban sus útiles caza autógrafos y sus móviles con cámara. Dado que mi amigo era quien estaba realmente invitado y yo acudí­a en la simple pero noble condición de acompañante no pude evitar preguntarle si tendrí­amos que transitar ese calvario expuestos a las miradas de expectación y con el cargo de conciencia de ir generando frustraciones al comprobar que no éramos el rostro esperado y facilmente reconocible aún cuando la tele no sea todaví­a en 3D. Afortunadamente comprobamos en el manual de instrucciones de acceso que la de la alfombra era la entrada de famosos, que la que nos correspondí­a a nosotros era la de autoridades. Aún así­ estuvimos a punto de preguntar a alguno de los seguratas a ver si nos conocí­a, para cerciorarnos si nos correspondí­a el rango de autoridad o el de famoso. Optamos por dejarnos de tonterí­as, (tonterí­as las justas) y dirigir nuestros pasos a la entrada aconsejada. Mi amigo tiene cierta autoridad, pero yo ninguna, así­ que retomé humilde mi condición de acompañante.

Superada la primera parte del empeño con éxito, nos encontramos de pronto ante la segunda gran frontera, el paso infranqueable, el fotoroll ese donde la prensa espera con la cámara en ristre el paso de los famosos y se consuela mientras entrena el dedo del disparador con las autoridades. finalmente en una habil maniobra conseguimos el objetivo común. Yo me escabullí­ habilemente hacia el interior mientras mi amigo posaba con el Fiestras.

Con el oportuno retraso comenzó el acto, una gala que se convirtió en juicio y que se aderezó con momentos brillantes como el protagonizado por el infalible Dertell, y con otros emotivos como el protagonizado por la “mairuchi” que dirí­a el Bigote Arrocet cuando ambos “combatí­an en el Un, Dos, Tres”.

El argumento del juicio era debatir sobre si la televisión es o no es cultura. Un buen hilo argumental, y por eso utilizado con frecuencia, para hilvanar los ví­deos y las intervenciones de las figuras, esas que momentos antes habí­an dejado sus huellas en la alfombra naranja. Por ahí­ pasaron Risto, Jorge Fernández (el de los concursos, no el de los azulejos), Agustí­n Moreno y algún famosillo más. Para el recuerdo la frase de Mayra cuando dijo aquello de que “no habrí­a televisión basura sin audiencias basura”.

Respecto al juicio sobre el juicio, de aquí­ a poco más…

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