El asalto

He tardado un par de dí­as en sacar un rato por cuestiones ajenas al impacto que me causó asistir en directo al “asalto” que los policí­as filipinos protagonizaron el otro dí­a sobre un autobús indefenso. En cualquier caso la reflexión sobre lo visto podrí­a perfectamente haberme hecho tomarme dos y hasta quince dí­as.

Para situarnos en los hechos los resumo. Un policí­a al que según parece habí­an echado del cuerpo por ser una pequeña gran joya, no tiene mejor idea que secuestrar un autobús para hacer méritos que conduzcan a su reingreso. Conociéndose el percal de si mismo y sus propios compañeros ya debí­a sospechar él que su final estaba cantado.

El caso es que, en el colmo del desparpajo el proceso del asalto fue rigurosamente transmitido en directo, no se si porque estaban convencidos de que lo harí­an bien o porque eran tan ineptos que ni esto lo supieron evitar. Lo que se vio a partir de ahí­ era la crónica de un carro de muertes anunciadas. El secuestrador, dentro de su lógica , amenazó con matar a los rehenes si se acercaban los “especialistas en secuestros”.

A partir de aquí­ el secuestrador demostró realmente una paciencia infinita. Porque los expertos no solo rodearon el autobús. de pronto rompieron la luna delantera pero nada. Intentaron abrir la puerta pero nada. El que la golpeaba con la porra la perdió en el intento, y tuvo que esperar a que le fuesen pasando otra. El que tiró gases o algo parecido al interior falló dos veces, por lo que tuvo que ir a recoger el bote otras tantas hasta finalmente levantarse y meterlo con la mano. Mientras sus compañeros seguí­an intentando abrir la puerta del autobús. Uno llegó incluso a atar un cable a las puertas, y en el colmo de la discrección y la sorpresa acercaron lentamente un todo terreno y ataron la cuerda. empezaron a tirar pero la cuerda o el cable se rompió. Vuelta a los intentos de abrirla con la porra. En los alrededores del autobús habí­a más gente que en la para de un urbano en hora punta. Sólo que dentro habí­a un hombre armado y creo recordar que unos catorce rehenes. De pronto alguien se dio cuenta de que el autobús tení­a otra puerta, y vista la pericia de los agentes y lo que les costó abrirla resulta que debí­a estar abierta. Así­ que la abrieron, pero resulta que estaba muy alta, así­ que hicieron varias maniobras con el Pickup que habí­a roto el cable y la pusieron cerca para poder subir mejor. subieron, asomaron la cabeza, y no se si incluso alguno intentó entrar. Para ese momento dieron las dos y media, y como la tele consideró más importante la rueda de prensa de Zapatero que la muerte en directo de un secuestrador y sus rehenes nosotros hicimos mutis por el foro y nos volcamos en los más prosaicos conflictos del de buena ley. Al final pasó lo esperado. Al secuestrador se le hincharon las pelotas y se lió a tiros hasta que un franco tirador le voló la cabeza. El resultado siete rehenes muertos y el franco tirador también.

Yo me supongo el gesto de angustia primero y de desesperación después y de dolor por último si alguno con la desgracia de tener algún familiar o amigo dentro del autobús estaba viendo el programa. Yo me supongo la indignación de todos y el bochorno de muchos. Yo me imagino lo que hubieran pensado los que estaban dentro si hubiesen sido conscientes de la enorme chapuza con que jugaron con sus vidas y las perdieron. Yo me pregunto si vistas estas y otras brillantes acciones de “rescate” en secuestros con rehenes, lo del sí­ndrome de estocolmo es más que un mecanismo de defensa psicológica una auténtica estrategia de supervivencia. Yo me planteo si realmente en casos como estos la responsabilidad sobre las muertes es única y totalmente del secuestrador.

No sé pero en casos como estos te dan ganas de decir aquello de lí­brame de mis rescatadores, que de mis secuestradores ya me encargo yo.

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