Festival de encuentros

Son dos los dí­as de fiestas de Vitoria cuyas noches intento no perderme. El primero y el último. La A y la Z, alfa y Omega, principio y fin. El primero me gusta porque es un dí­a de encuentros. Porque Vitoria, su dí­a y su noche se convierten en eso, en una sucesión de encuentros. Del último hablaré otro dí­a, el último por más señas.

Uno se levanta un dí­a normal. O por mejor decir, medio dí­a normal. La mañana parecerí­a una mañana más si no fuese por el trají­n de puros y pañuelos, por las despedidas y por los encuentros. Se despide uno de los que van a marchar. Se despide de los que espera no encontrar y se despide también de los que aún siendo de su agrado no sabe si será capaz de reconocer o recordar según la noche avance yel  menos común de los sentidos vaya desapareciendo ahogado en alcoholes varios.

Cuando el dí­a media la cosa comienza a cambiar. Ya no es un dí­a normal. Ese dí­a largo que empezó antes de las nueve cuando tu amigo el estanquero te regaló un estupendo Davidoff. Ese dí­a que siguió con una comida o mejor dos. Ese dí­a que giró de rumbo cuando un cohete sonó aterrador en la plaza y estalló el terror en la mejor de sus acepciones. Obsérvese, a modo de inciso, que en Vitoria cohete no se silabea co-he-te, sino cohe-te. La hache intercalada se va con Celedón y la o de ojalá corre a buscar un sonido más parecido a la u de urban festival, que dirí­an los británicos y los “modelnos”.

A partir de ahí­ empiezan los encuentros. En la balconada, en la calle, en el bar, en el otro bar, en la calle, y hasta incluso en el bar. Hasta en los servicios de algún garito he llegado a encontrarme con gente a la que no veí­a hace años o en muchos casos desde el año pasado. Sólo que, claro está, el urinario de un servicio de tí­os no es el lugar más adecuado para estrecharse las manos por razones obvias.

Como decí­a, un encuentro tras otro para preguntar por la vida y por los niños, para escuchar respuestas que a duras penas recordarás la mañana siguiente, para rememorar los años aquellos de la juventud cada vez más lejana, y para incluso, es lo que tiene el alcohol, deshacer viejas rencillas, desfacer agravios varios y acabar, como corresponde a la fase de euforia sentimental, abrazados y cantando.

Por eso me gusta el primer dí­a con su primera noche. Por el frescor de gentes y lugares que dí­a a dí­a irán mostrando en las caras y en los suelos y hasta en las paredes el paso de los dí­as festivos. Uno ya no aguanta muchos trotes, o mejor dicho, no aguanta mucho las consecuencias posteriores de los trotes, por eso, conviene reservarse y evitar los intermedios, así­ son los encuentros más festivos y menos fingidos, así­ el cuerpo luce aún parte de un reflejo de un esplendor ausente. Al último ya veremos como llego, pero eso sí­, si no te he saludado es que no te hevisto, y si no te he encontrado puede que sea porque no nos hemos buscado.

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