Felix Gonzalez, Petite

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 5 de agosto de 2010

El viejo e infatigable vecino del campanario ha dado el salto y se ha escapado como Celedón al final de las fiestas. Su silla motorizada espera en vano como el perro amigo guarda los zapatos a que su dueño le machaque las baterí­as de bar en bar. La asamblea de jubiletas deambula sin lider, como los arquitectos de Babel tras el yavehtazo. Algunos respiran relajados al saber que no recibirán en lo sucesivo los golpes de fusta con que los acariciaba desde su campanario, y otros disfrutan por fin del trozito de barra que acaparaba con su libro.

Encima de una nube estará, leyendo como siempre y poniendo cara de pocos amigos a quien ose interrumpirle, sea dios, sea cristo, sea lucifer o el espí­ritu santo, que para él pocos santos habí­a.

El panorama cultural y el que no lo es tanto se queda huérfano de uno de sus gruñones predilectos, porque si el otro dí­a hablába de Antxon, como del hombre pegado a una sonrisa, vive dios que con este hombre habí­a que ser paciente para arrancarsela. Eso sí­, una vez conseguido acostumbraba a ser una sonrisa sincera, una sonrisa cara, una sonrisa costosa pero auténtica.

No abundaré más en su trayectoria, pero si en la estela que deja más allá de ese periplo público y oficial. Desde el campanario, y desde otros sitios antes, nos enseñó a querer esta ciudad sin ser un papanatas. Nos demostró como puede serse un vtv sin ser un papanatas. Nos convenció de que no todo lo que lleva en esta ciudad más de x años, toda la vida que dirí­an otros, tiene por qué carecer de espí­ritu crí­tico y ansia de utopí­a trasformadora.

No hay testigo que recoger. Cada uno es único en su esencia, y la de Petite, sin ser la de un hombre encantador, para que vamos a negarlo, era la de un hombre con su peculilar encanto. Eso sí­. Así­ como la ingnorancia es de atrevidos, y la osadí­a de incautos, la prudencia, virtud tan nominalmente alavesa, y la inteligencia, atributo tan cercano a la modestia, invitan a repasar su existencia y aprender de ella. Un vistazo a sus campanazos bien puede servir de guí­a.

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