San Fermí­n

Un año más, un 6 de julio más, arrancan las fiestas de Pamplona. San Fermí­n que todo lo vé. San Fermí­n que si es cierto que todo lo vé serí­a cuando menos equiparable al santo JO, por lo del aguante, la paciencia y el silencio con que asiste al espectáculo. No serán, como nunca lo han sido, unas fiestas tranquilas. No podrán los agentes municipales, de paisano o de lo contrario, que no tengo muy claro lo que es, evitar que las vuvuzelas resuenen por San nicolas o la Jarauta, por la Estafeta o la Navarrerí­a. Se refugiaran los pamploneses en sus bajeras, y acudirán a los toros y a los encierros mal les pese a los de la asociación de nudistas antitaurinos.

Los vascos todos soñarán con escapar una noche hasta Pamplona, y buscarán trenes y autobuses o jugarán a las cartas para ver a quien le toca de abstemio. De allende los mares llegarán los nuevos zelandeses, los americanos viejos y los correosos australianos. La crisis que nos acosa desaparecerá como la niebla en una tarde soleada de las tierras no tan lejanas de Andalucí­a, Valencia, Madrid y Cataluña. Muchos serán los que confundirán las cosas y lucirán la roja donde la tradición manda la blanca. Los pañuelos abrazarán cuellos y señalarán escotes. Los bares se forrarán, y por las mañanas miles de emigrantes de los que han venido a quitarnos trabajos y beneficios sociales empujarán toneladas de cajas llenas y vací­as de frescos y refrescos para que las beban los parados nacionales y los turistas ocasionales.

Hemingway pensará en la que ha liado, los gigantes y cabezudos se harán los suecos, y bajo la fuente esperarán con los brazos abiertos a que alguna teutona mal pronunciada se arroje de pecho al viento hasta caer en tan lúbrico aposento. Las gallinas sudarán gotas de tinta poniendo huevos a cientos mientras aguardan su descanso, y los pobres cerditos de la beneficiencia verán como sus magras bañadas en tomate se sumergen en las bocas hambrientas en busca de un baño caliente y bien desinfectado a golpe de alcohol.

Toneladas de detergente blanquearán cada mañana los trajes de blanco reluciente y su espuma correrá por el Arga camino de Zaragoza y su pilar mientras aplican goma arábiga a la curva de Mercaderes. Los más viejos recordarán aquellos sanfermines de antaño. Los viejos medianos haremos lo propio con los nuestros, y los más jóvenes comenzarán a acumular recuerdos  para contarlos de aquí­ a unos años cuando sean como somos viejos medianos los que ya para entonces seremos los más viejos.

Es la vida en la que todo sigue igual pese a quien pese. La vida que disfrutamos vascos y vascones y que hoy se empeñan en disfrazarnos. La fiesta que nos unió en torno a unos bichos con cuernos y a lo loco corriendo por las calles. Toros a los que hoy hay que proteger frente al estress que les causan los humanos. Toros que como nosotros precisan más psicólogos que veterinarios. Toros que llegará el dí­a en que no puedan ni ponerse en el cartel, no sea que los vea una hamburguesa de ternera y sufra un trastorno y dispare su colesterol hasta alcanzarnos en plena angina de pecho.

Menos mal que todaví­a queda mucha gente que entiende que las fiestas son lo que son… una fusión de espacio y tiempo para divertirnos.

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