El cerdito

Esto empieza a parecer una serie. Por tercer dí­a consecutivo voy a hablar de lo que veo en la tele (cualquiera dirí­a que yo, que soy animal de radio me paso el dí­a viendo la tele…) El caso es que estos dí­as ha estado telecinco, cuyos informativos son famosos por parecer más una emisión de impacto tv o esto es increible que un telediario, agitando nuestras conciencias con unas imágenes del cruel trato que reciben cerdos, cerdas, cerditos y cerditas en las granjas de donde salen los jamones, chorizos y hasta el chopped que comemos.

No voy a alabar el gusto de lo visto, menos aún cuando te lo plantan a la car a la hora de comer. Pero lo cierto es que en esto del comer, como en muchas otras cosas y cada vez más, tendemos a cogérnosla con papel de fumar mientras, eso sí­, seguimos obligados a comer. Ya es conocida mi postura al respecto, pero no por eso me canso de reflexionar sobre ella y reconstruirla aunque llegue siempre a una conclusión parecida. Hay mucha hipocresí­a.

Sigo convencido de que medimos la sensibilidad sobre escalas cromáticas y acústicas. Sufre quien sangra rojo y es capaz de gritar. De entre los peces, cuando uno ve este tipo de reportajes y noticias, tal parece que solo sufren los atunes y las ballenas, que sangran abundantemente, y menos las langostas y bogavantes. Los vegetales por supuesto no sufren, hasta que a golpe de evolución y aprendizaje tinten su savia de rojo bermellón y ajusten sus hojas para ue puedan emitir lamentos.

Estoy además convencido de que parte del asunto no deja de tener tintes de egocentrismo, esto es, atribuir a otras especies estrucutras de pensamiento y sentimiento similares o equiparables a las nuestras, como si fuésemos en efecto el modelo de las cosas y el fin último del deambular evolutivo. Sin acetar que somos distintos y que por desgracia para el resto, si bien individualmente somos vulnerables, como colectivo somos el más mortí­fero y poderoso de los que existen en el planeta.

Pienso además que cuando hablamos de medio ambiente hablamos más de supervivencia que de ética, de inteligencia que de sensibilidad. Debemos cuidar el entorno porque en ello nos va nuestra propia supervivencia, pero a la vez, y por la misma causa, seguimos y seguiremos comiendo nuestro entorno y lo que en él vive porque entre otras cosas para sobrevivir tenemos que alimentarnos, además de otras cosas.

Por otra parte, el comportarse de forma ética con los animales no implica necesariamente mantener ese mismo tipo de comportamiento con los semejantes. Vease por ejemplo la violencia con que se conducen algunos antitaurinos o el alborozo que demuestran cuando es el torero el que yace herido. Con esto quiero decir, que tampoco tengo claro que quien adopte este tipo de actitudes que algunos llaman no éticas con los animales (y excluyo la viloencia gratuita, me refiero tan sólo a la violencia ultilitaria) sea o vaya a ser un individuo alejado de los valores de la conviviencia humana. Los que han nacido o han conocido el campo, la vida rural, saben de esto. Cuando hay que matar a un animal se le mata y punto. Cuando no hay que matarlo se lo cuida hasta un lí­mite razonable. Y al vecino, y a los niños, y a quien sea se le cuida y se le atiende.

Y es que dentro de esta locura que nos invade, uno llega a imaginarse una escena familiar del tipo padre o madre viendo al piqueras en telecinco mientras da la noticia de los cerditos. En ese momento entra el niño o la niña de la casa contando sus andanzas escolares o sus proyectos vespertinos y el padre o madre pasa del “calla un segundo” al “que te calles coño que quiero ver esto de los pobres cerditos” a voz en grito. Todo sensibilidad…

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