La función pública

Al hilo de lo que comentaba ayer se me pasaron, o más bien es que no me cabí­an, unas reflexiones sobre otro de los asuntos que se ha destapado a cuenta de los recortes de Zapatero: los funcionarios.

Son muchas las cuestiones al respecto, pero vamos a intentar pensar sobre ellas de forma asistemática, sin complejos y posiblemente con contradicciones.

Visto desde las lí­neas de los viejos sueños comunistas, todos debiéramos ser de una u otra forma funcinoarios. Eso supondrí­a que es el propio colectivo el que asegura que las retribuciones son equitativas y justas, y no necesariamente iguales.  Aplicando incluso las tesis de Lafargue eso nos permitirí­a producir con sensatez y no sobre producir y por ende sobre consumir para esquilmar recursos y personas generando beneficios individualizados. Eso debiera bastar para vivir un mundo más justo. Eso sí­, como bien hemos podido aprender de pasadas experiencias, ha de hacerse todo ello con cuidado extermo de no generar nuevas castas ni amordazar o atenazar la libertad de la gente y su propia capacidad de iniciativa.

Si lo miramos, el tema de la función pública, en términos más actuales nos daremos cuenta que es una paradoja del sistema, un antisistema dentro del sistema cuya razón de ser se aleja de sus orí­genes y de sus fines más aún si lo consideramos precisamente como una pieza clave dentro del sistema. No asegura la eficiencia esa tan de moda ultimamente. No sólo no garantiza sino que, en determinados ámbitos especialmente, favorece la corrupción. Genera desigualdades sociales en tanto que plantea una bolsa de empleados fijos frente a un contexto de empleo estructuralmente inestable. Se sostiene como grupo de presión en tanto que los sindicatos, en creciente proceso de funcionarización, lo defienden porque defenderlo es defederse a si mismos. Dada su falta de flexibilidad y las circunstancias polí­ticas que las rodean nunca dejan de crecer con lo que se inventan nuevas tareas para justificarlas, y se engordan en tiempos de bonanza siendo imposible adelgazarlas en tiempos de crisis. Dada esa peculiaridad sindical de la que hablábamos y su propia fuerza como masa electoral, disfrutan a menudo de mejores condiciones de trabajo que el resto de los asalariados, condiciones a las que han de añadirse dterminados privilegios a los que según los casos tienen acceso por su porpia condición de funcionarios.

Dicho todo esto resulta paradójico que en toda europa, el de la administración, sea el único sector que no se ha visto sacudido por una reconversión, y el caso es que las causas y las soluciones aplicadas a otros campos de nuestras economí­as serí­an perfectamente trasladables al sector público. Pero curiosamente esto afecta con frecuencia únicamente a los sectores económicamente interesantes para el capital, y los mismos crietrios de externalización, de concentración en las actividades de valor añadido o de creación de valor, reducción de costes, racionalización de plantillas, etc. etc. nunca se aplican a la administración en sí­.

No tengo muy clara cual es la solución, pero me da la impresión de que no se arregla con parches, ni siquiera con comisiones o con la creación de un departamento, ministerio o secreatrái que se encargue de su estudio.

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