La seguridad que nos invade…

Esta ola de seguridad que nos invade, y nunca mejor dicho, tiene efectos directos y efectos colaterales. Curiosamente donde menos efectos tiene es, precisamente, en la seguridad. Me refiero a que aún cuando aumentan el número de medidas y el alcance de las restricciones, molestias e intromisiones que sufrimos los ciudadanos todos en aras de la seguridad, no disminuyen como debieran los actos violentos ni las desgracias y tragedias que provocan.

Se ha dicho hasta la saciedad, aunque no se haya publicado tanto, que no pasa de ser todo esto un mecanismo de control y un retroceso en ese mundo de libertades hacia el que creí­amos ir avanzando. Primero se crea la necesidad y luego se vende el producto. Una polí­tica de información que magnifica las consecuencias y esconde de forma sistemática las causas nos hace comprensivos y hasta complacientes con los sucesivos recortes que nuestra vida sufre. Todo sea por el bien común, por la tranquilidad social, por yo que se qué.

Pero visto que todo esto está visto, si que quiero hoy reflexionar sobre un efecto colateral poco nombrado de los usos estos de la seguridad y me refiero a la colisión entre la ciencia, el saber, el conocimiento y su motor principal, la curiosidad con los usos de seguridad relacionados con la delincuencia y el terrorismo. Esta histeria colectiva nos ha privado a los que gustamos de conocer de cosas tan triviales como poder ver la sala de máquinas de un barco, el puento de mando de un naví­o o la cabina de vuelo de una aeronave. En muchos puntos y edificios no podemos ver ni conocer sus entresijos. No podemos curiosear en sus mecanismos ni intentar comprender su funcionamiento. Todo eso va quedando vedado por “evidentes” motivos de seguridad. Y a callarse.

Condenados a desconocer y a callar, porque si preguntas en exceso levantas sospechas. El espí­ritu aquel del hombre renaciente, incluso del ilustrado, despertarí­an hoy recelos evidentes entre los grandes genios que ejecutan a pie de tierra la seguridad. ¡Que lejos de esas lumbreras que diseñan los planes y las estrategias en sus plantas blindadas y aisladas y peinadas! Esa curiosidad que nos ha mantenido vivos como colectivo, y que para algunos de nosotros es el motor de la vida y el elixir de la eterna juventud se ha convertido en un peligro. Paradojas de la vida. Nuestra seguridad personal depende ahora a veces de reprimir nuestro deseo de saber para no despertar los recelos de aquellos que dicen trabajar por nuestra seguridad. Nuestros horizontes de conocimiento dependen ahora de lo que ciertas mentes piensan que es seguro conocer. Las mismas mentes que muy a menudo están detrás de que el mundo siga plagado de conflictos que no se solucionan por altas razones de estado, y por complejas motivaciones geoestratégicas, económicas y en resumen de poder, de su poder, de su forma de entender el poder.

Malos los ha habido siempre y siempre los habrá. Pero ciertamente muchas veces nos dedicamos a tener por el mundo auténticas granjas, criaderos o cebaderos de “malos”, de resentidos y de cegados por el odio, y eso no se arregla tirando un bote de colonia en el aeropuerto o cerrando a cal y canto las puertas de un motor.

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