Y todo sigue igual…

Se habla a menudo de la depresión postvacacional. Se la achaca al cambio de ritmos vitales, a la aversión al trabajo y a muchas más cosas, pero creo yo que, lo que más te deprime cuando vuelves a casa después de unos dí­as fuera, lo que más te hunde es comprobar que todo sigue igual, demasiado igual incluso. Uno esperarí­a que el tiempo muerto que se da se lo diese también el equipo contrario y optase por reflexionar y hasta por cambiar de estrategia. Uno confiarí­a en que algunos conflictos se hubiesen solucionado, en que otros se hubiesen olvidado y en definitva en que los más sórdidos se hubiesen aparcado y enterrado, pero no. Todo sigue, como decí­amos, igual.

Así­ que más vale hacer lo contrario de lo que habitualmente se aconseja, volver la vista atrás y seguir adelante con el recuerdo de los buenos dí­as pasados y la ignorancia de los menos buenos que quedan por venir. Al mirar el periódico es bueno de cuando en vez cerrar los ojos y recordar ese monótono mar que está contí­nuamente cambiando para seguir siempre igual. Al oir las noticias en la radio es también conveniente dejar de oir por los oidos y recuperar de la memoria sonora el eco de las olas en alta mar acompasado con el batir de aguas por las hélices del naví­o. Al mirar los conflictos urbanos y extraurbanos cercanos es provechoso entornar la vista y recuperar calles y piedras de otro tiempo y otro lugar, y evocar con los ojos del recuerdo la impresión de ver las fotos de siempre hechas realidad. Al tratar con los cansos conflictos de siempre es sano recordar las palabras cruzadas con desconocidos condenados a compartir mesa o cigarro con el codo en la pasarela.

Para no caer en el desánimo de la rutina y el tedio, ni angustiarse con ese futuro tan cercano como previsible y similar al pasado, que mejor que disfrutar en la intimidad de los buenos momentos vividos y sentidos y dejar a que las caras inevitables de la prensa y el vecindario se diluyan entre los rostros amigos y las efigies lejanas que van poco a poco perdiéndose en la memoria.

En fin, que a veces pienso en lo bueno que serí­a que lo sabático fuese la obligación y lo rutinario el ocio, sobre todo como cuando ahora acabo de abandonar mi primer crucero por el mediterráneo, que no es un viaje aventura ni un periplo heroico ni unas homéricas jornadas, pero que me han permitido desconectar y navegar sin radio ni prensa ni teclado, dejando volar mi imaginación mientras el barco surcaba los mares y atracaba en los puertos del mar cercano. Esa es la causa de esta semana de silencio. silencio que espero compensar cuando desarrolle las notas que con mi pluma he plasmado en mi cuaderno de bolsillo.

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