Sovereign dí­a 6. La Goulette – Sidi Bou Said

De nuevo vacaciones. Hoy el plan es parecido al de Villefranche, levantarse tarde, desayunar tranquilos, disfrutar del sol y después de comer dar una vuelta por el afamado pueblo de casas blancas y puertas azules. La entrada al puerto es particular, como la del patio de mi casa. Ahí­ andan los tunecinos construyendo un a modo de terra mí­tica para sacarte los cuartos sin salir del puerto. Mientras tanto una frí­a pero limpia terminal nos espera para sellar nuestros pasaportes.

Mientras el barco hace sus maniobras nos recibe por el muelle una formación de no se sabe bien si romanos o cartagineses realizando sus marciales evoluciones al compas de los tambores. Tres camellos y un par de bailarines completan el espectáculo. Se apostan frente al barco y comienza el espectáculo. Visto lo visto nosotros a lo nuestro, a dar buena cuenta de magdalenas, tostadas, zumos y algún huevo frito. Hasta los jacuzzis están libres hoy.

Después de comer nos vamos a por nuestros pasaportes y armados de cámaras y demás nos lanzamos a la conquista de la ífrica septentrional. Nos sellan el recién estrenado pasaporte y nos disponemos a coger un taxi. Todo muy organizado y con los precios a la vista. Los taxis limpios y los policí­as también. Todo parace ir bien, todo? no, somo tres adultos y dos niños y los taxistas oficiales solo cogen 4, así­ que salimos del recinto en busca de algún taxi más grande y encontramos uno igual de pequeño pero más dispuesto. Andamos unos metros hasta el otro lado de las garitas y embarcamos por cincuenta € (10 por cabeza) con destino a Sidi Bou Said. ¿Cartago, Tunez? nos ofrece el conductor mientras habla por el movil, cambia y conduce con la misma mano y asalta las rotondas como quien entra al baño en un momento de urgencia.

El trayecto nos lleva por una zona bien cuidada. Aquí­ viven los ricos nos informa el “conductor”. Que se agache alguno de los niños, nos pide cada vez que ve policí­as en el camino. Ahora no saque fotos, este es el palacio del presidente. Enorme el palacio del presidente, vive dios, y con soldados de faena y de gala, y con una enorme valla o pared tras la que nada se ve. Su cara sí­. Son varios los carteles que lo magnifican. En un semáforo en rojo un coche espera a que cambie la luz. Nuestro taxista casi se abalanza sobre él, y ya seamos cinco o seis comienza a tocar el claxón mientras gesticula con su mano al conductor de adelante y al policí­a cercano. Finalmente se acerca el policí­a, nos hace señas para que pasemos e indica al conductor que habí­a parado que se aparte, allí­ se quedan ambos, policí­a y conductor recibiendo este último un chorreo de aquí­ te espero por parar en un semáforo en rojo.

Llegamos por fin al pueblecito y tras concertar la hora de regreso nos vemos obligados a pasar por un estrecho pasillo de tenderetes con rumbo a las prometidas casas blancas con sus puertas de color. El blanco para el calor y el azul para los mosquitos, nos habí­a indicado el guí­a taxista conductor. Comienza el acoso. Estos jodidos saben todos los idiomas, y aquí­ no vale ni el euskera, arma que suele ser de utilidad cuando intentan saber de donde eres. El que no tiene a su mujer en Donosti conoce a un amigo en Bilbao. Kaixo, lehendakari, etc. Prometiendo que a la vuelta hablaremos subimos la empinada cuesta que lleva hasta la parte alta del pueblo y vamos eligiendo las calles más desiertas. A mi que me gusta fotografí­ar puertas me da casi un sí­ncope. Todas tienen su aquel, hasta la del cementerio. De cuando en vez caemos en calles con más tráfico, así­ que optamos por meternos en un patio y encontramos un remanso de paz. Unas cocacolas, un te y alguna que otra fruslerí­a y vuelta a la carga.

Esto del regateo no es para mi. A mi tocayo se le da mejor. Pero me cansa eso de que te pidan 3 o 4 veces lo que vale un producto, y me agota ese saber que pagues lo que pagues siempre pagas demasiado. Finalmente compramos unas postales, el palestino con su cinta para mi y un gorro para Oli para la fiesta de la noche, y un kit de pendientes pulsera collar y amuleto (la mí­tica mano de fátima). Nuestros amigos compran algunas cosas más tras algún tira y afloja. Volvemos todos al barco y nos disponemos a prepararnos para la fiesta mora. Oli se compra un vestido lleno de monedas y para cuando me quiero dar cuenta ya lo tiene puesto y es feliz como una princesa, bueno, como una dama porque es republicana.

Nos vamos para el comedor a cenar y de guapos que vamos nos detienen para sacarnos una foto (7,50 €). Cenamos y como Oli está pletórica nos vamos a la disco, donde vemos la elección de miss sherezade y bailamos un poco. Una vez que ella está derrotada le acompaño al camarote, pero entonces recuerda el buffete espectacular de dulces y las fuentes de chocolate para hacer brochetas de frutas bañadas en cacao y llora porque quiere ir. Me acerco a ver si sigue operativo, y en vista de que sí­ me la llevo para allí­ con su vestido camisón. Come tarta y chocolate y vuelve a la cama feliz.

Mañana podemos dormir, nos pasaremos todo el dí­a navegando.

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