De nuevo vacaciones. Hoy el plan es parecido al de Villefranche, levantarse tarde, desayunar tranquilos, disfrutar del sol y después de comer dar una vuelta por el afamado pueblo de casas blancas y puertas azules. La entrada al puerto es particular, como la del patio de mi casa. Ahí andan los tunecinos construyendo un a modo de terra mítica para sacarte los cuartos sin salir del puerto. Mientras tanto una fría pero limpia terminal nos espera para sellar nuestros pasaportes.
Mientras el barco hace sus maniobras nos recibe por el muelle una formación de no se sabe bien si romanos o cartagineses realizando sus marciales evoluciones al compas de los tambores. Tres camellos y un par de bailarines completan el espectáculo. Se apostan frente al barco y comienza el espectáculo. Visto lo visto nosotros a lo nuestro, a dar buena cuenta de magdalenas, tostadas, zumos y algún huevo frito. Hasta los jacuzzis están libres hoy.
Después de comer nos vamos a por nuestros pasaportes y armados de cámaras y demás nos lanzamos a la conquista de la ífrica septentrional. Nos sellan el recién estrenado pasaporte y nos disponemos a coger un taxi. Todo muy organizado y con los precios a la vista. Los taxis limpios y los policías también. Todo parace ir bien, todo? no, somo tres adultos y dos niños y los taxistas oficiales solo cogen 4, así que salimos del recinto en busca de algún taxi más grande y encontramos uno igual de pequeño pero más dispuesto. Andamos unos metros hasta el otro lado de las garitas y embarcamos por cincuenta € (10 por cabeza) con destino a Sidi Bou Said. ¿Cartago, Tunez? nos ofrece el conductor mientras habla por el movil, cambia y conduce con la misma mano y asalta las rotondas como quien entra al baño en un momento de urgencia.
El trayecto nos lleva por una zona bien cuidada. Aquí viven los ricos nos informa el “conductor”. Que se agache alguno de los niños, nos pide cada vez que ve policías en el camino. Ahora no saque fotos, este es el palacio del presidente. Enorme el palacio del presidente, vive dios, y con soldados de faena y de gala, y con una enorme valla o pared tras la que nada se ve. Su cara sí. Son varios los carteles que lo magnifican. En un semáforo en rojo un coche espera a que cambie la luz. Nuestro taxista casi se abalanza sobre él, y ya seamos cinco o seis comienza a tocar el claxón mientras gesticula con su mano al conductor de adelante y al policía cercano. Finalmente se acerca el policía, nos hace señas para que pasemos e indica al conductor que había parado que se aparte, allí se quedan ambos, policía y conductor recibiendo este último un chorreo de aquí te espero por parar en un semáforo en rojo.
Llegamos por fin al pueblecito y tras concertar la hora de regreso nos vemos obligados a pasar por un estrecho pasillo de tenderetes con rumbo a las prometidas casas blancas con sus puertas de color. El blanco para el calor y el azul para los mosquitos, nos había indicado el guía taxista conductor. Comienza el acoso. Estos jodidos saben todos los idiomas, y aquí no vale ni el euskera, arma que suele ser de utilidad cuando intentan saber de donde eres. El que no tiene a su mujer en Donosti conoce a un amigo en Bilbao. Kaixo, lehendakari, etc. Prometiendo que a la vuelta hablaremos subimos la empinada cuesta que lleva hasta la parte alta del pueblo y vamos eligiendo las calles más desiertas. A mi que me gusta fotografíar puertas me da casi un síncope. Todas tienen su aquel, hasta la del cementerio. De cuando en vez caemos en calles con más tráfico, así que optamos por meternos en un patio y encontramos un remanso de paz. Unas cocacolas, un te y alguna que otra fruslería y vuelta a la carga.
Esto del regateo no es para mi. A mi tocayo se le da mejor. Pero me cansa eso de que te pidan 3 o 4 veces lo que vale un producto, y me agota ese saber que pagues lo que pagues siempre pagas demasiado. Finalmente compramos unas postales, el palestino con su cinta para mi y un gorro para Oli para la fiesta de la noche, y un kit de pendientes pulsera collar y amuleto (la mítica mano de fátima). Nuestros amigos compran algunas cosas más tras algún tira y afloja. Volvemos todos al barco y nos disponemos a prepararnos para la fiesta mora. Oli se compra un vestido lleno de monedas y para cuando me quiero dar cuenta ya lo tiene puesto y es feliz como una princesa, bueno, como una dama porque es republicana.
Nos vamos para el comedor a cenar y de guapos que vamos nos detienen para sacarnos una foto (7,50 €). Cenamos y como Oli está pletórica nos vamos a la disco, donde vemos la elección de miss sherezade y bailamos un poco. Una vez que ella está derrotada le acompaño al camarote, pero entonces recuerda el buffete espectacular de dulces y las fuentes de chocolate para hacer brochetas de frutas bañadas en cacao y llora porque quiere ir. Me acerco a ver si sigue operativo, y en vista de que sí me la llevo para allí con su vestido camisón. Come tarta y chocolate y vuelve a la cama feliz.
Mañana podemos dormir, nos pasaremos todo el día navegando.
- día 1.- Embarque
- día 2.- Villefranche
- día 3.- Livorno -Â Pisa
- día 4.- Civitavecchia – Roma
- día 5.- Napoles – Pompeia
- día 6.- La Goulette – Sidi Bou Said
- día 7.- Navegando
- día 8.- El desembarco
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