Sovereign dí­a 2. Villefranche

Ir de vacaciones es, básicamente ir de vacaciones. Eso consiste básicamente en dormir, descansar, disfrutar de lo que se ve y sobre todo, racionar convenientemente el número de sitios a visitar. Soy de los que cree que es más importante ver una cosa a gusto que diez a la carrera. Soy de los que opino que el estress del turista no es compatible con lo que al menos busco yo y por lo que me embarqué en un crucero. Algo parecido piensan los amigos de Manzanos (Javi, Virtudes y Julen). Así­ que pasamos la mañana tranquilamente en un barco semi desierto desayunando a una hora prudente (las once o así­) y contemplando desde la cubierta la bahí­a en la que el barco habí­a fondeado frente a Villefranche, una bonita y coqueta localidad de la costa Azul francesa. Monaco y Niza no nos atraí­an en exceso, así­ que después de pasar la mañana de piscina y vermút, y de comer tranquilamente al aire libre nos cogimos uno de los barquitos que te acercan a tierra, nos dimos una vueltita por el pueblo, nos tomamos unas espléndidas cervezas junto al mar mientras los niños daban cuenta de sus helados, compramos unas postales y vuelta al barco.

El pueblecito es encantador y bien merece una visita. Dar un paseo tranquilo por sus calles estrechas, estrechí­simas a veces, visitar un sitio vivo, con su ropa tendida, sus portales de empinadas escaleras, sus calles cuidadas y floreadas, sus zonas con sabor medieval, refugio de marinos y piratas.

Es curioso también comprobar el fuerte sentimiento gregario del turista. Apenas unos metros separan la zona del puerto abarrotada de turistas, puestos, tenderetes, terrazas y demás elementos del decorado turí­stico de las calles vací­as y las gentes del lugar sentadas a la puerta de sus casas. Puede que en otros sitios halla peligros o acechen rateros y piratas, pero ciertamente las gentes que nos cruzamos en Villefranche no tení­an el aspecto de los piratas que antaño la poblaron.

A nosotros personalmente no se nos habí­a perdido mucho en Mónaco, Montecarlo o Niza. Será que no nos va mucho el papel couche ni sus derivados o decorados. Los que fueron contaron un poco de todo, pero teniendo en cuenta los dí­as que se nos anunciaban, la decisión de tomarlo con calma nos pareció acertada.

Tuvimos aún tiempo de investigar algunas cubiertas que no habí­amos visto y vestirnos para cenar. Allí­ estábamos de nuevo, a las 22:15 los chicos de la 133. Cuando acabó la cena era tarde y Olivia querí­a dormir. Yo me acerqué a la cubierta siete, me pedí­ un Ballentines (todo incluido) y me fumé tranquilamente un cigarrito viendo la costa iluminada desfilar ante mi.

Mañana Livorno y excursión a Pisa.

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