Sovereign dí­a 1. El embarque

Han sido unos dí­as duros y tensos. Frente a quien prepara los viajes con calma yo soy más bien de los impulsivos. De hecho fue el viernes pasado cuando me acerqué por la agencia donde trabaja una amiga, comenzamos a mirar y aquí­ estamos mi hija y yo camino del embarque.

Han sido necesarias gestiones y algún que otro favor, pero ya tenemos nuestros pasaportes, nuestros billetes y demás documentos, nuestros bañadores, cámaras, libros y demás atrezo vacacional, y tras echar a los últimos clientes, barrer el bar, ordenar el almacen y repasar los últimos preparativos cargamos en el coche las maletas, la que nos deja Lola y la nuestra propia y allá que nos vamos a Vitoria, para compartir viaje hasta Barcelona (y después también) con un viaje de estudios de San Viator y con algunos marineros sueltos más como nosotros dispuestos a compartir el bus.

Hay que ver como son las criaturas, menudas maletas tan grandes que llevan. Al final hasta el servicio ha viajado plagado de maletas, cosa que he lamentado porque las cervecitas de la noche me han hecho efecto y las he pasado canutas para llegar primero a Zaragoza y luego a Barcelona. De dormir na de na. Estos chiquillos vienen frescos y con ganas de juerga, así­ que a sufrir toca y a bajar a la carrera en busca de un servicio.

El embarque rápido y la primera en la frente. El dinero que llevaba preparado para pagar las propinas (eufemismo para decirte que el sueldo de los camareros va a parte) me servirí­a para subir hasta no se que planta y pagar. Dejo mi tarjeta de crédito y todo arreglado, nos dan nuestras tarjetas de embarque y nos avisan de que esa tarjetita será nuestro dinero, nuestro pasaporte y nuestro todo.

Una pequeña cola, la foto de embarque preceptiva  y… ta chan estamos a bordo. El barco nos parece inmenso, enorme, grandioso, y un poco kitch, que todo hay que decirlo. Mucha moqueta y mucho dorado. Buscamos el camarote porque el botones se olvida de nosotros y lo encontramos facilmente. Las maletas tardan algo más en encontrarnos a nosotros así­ que aprovechamos para inspeccionar el barco y comprobar que el buffet de la cubierta 11 no es muy grande cuando vamos todos a la vez. Encontramos una mesa y picoteamos un poco en la cubierta exterior junto a la piscina.

Piscina y niña son elementos con un altí­simo poder de atracción, así­ que bajamos enseguida en busca de las maletas y el bañador. Afortunadamente la primera que llega es la suya y como la mí­a no aparece me da la coartada perfecta para no tener que bañarme (soy de los que dice que el agua que me gusta de las piscinas es la del hielo de los martinis)

En la cubierta pasamos el rato esperando a que el barco arranque, y a eso de las cinco, como si de un poema de Lorca se tratase, el barco suelta amarras y va dejando atrás Barcelona. La orquesta toca junto a la piscina y enseguida va uno aprendiendo trucos para llegar antes a las cervezas.

La presencia de varios viajes de estudios hace que la ceremonia de salida se parezca más a un botellón que al inicio de un capí­tulo de vaciones en el mar, pero de pronto toda la actividad lúdica se detiene. Tenemos simulacro. ¿lo qué? pues eso, simulacro de hundimiento o evacuación. Pues ala, todos a los camarotes a buscar los chalecos y mirar el plano para saber a donde tienes que ir. Allá nos ponen a todos en filas y cuando comprueban que estamos todos con nuestros chalecos puestos pues ala, al bar otra vez, ni bajan una barquita ni nada…

Volvemos con los chalecos y encontramos que por fin ha aparecido la otra maleta. Nos cambiamos y nos vamos a la piscina otra vez. Nuestro turno de cena es el segundo, a las 22:15, y nuestra mesa la 133. Una duchita y a cenar. Conocemos así­ a los que serán nuestros compañeros de mesa durante todo el crucero. Cristina y Ainhoa, madre e hija de Vitoria (qué coincidencia), Derliz Mónica, una argentina afincada en Benalmádena, Isabel Severino, una mujer chilena, Olivia y yo. De pronto me veo ascendido a la categorí­a de “el hombre de la mesa”, lo cual lejos de ser una ventaja es un incoveniente fruto del protocolo y la corrección sociohostelera (siempre me tomaban la comanda y me serví­an el último).

Sin mucho tiempo que perder nos vamos a dormir. La última vez que lo habí­a hecho yo habí­a sido hace más de 36 horas. Mañana Villefranche.

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