Don Garzote y Garzón Panza

Garzón, tan de moda estos dí­as es un compendio de odios y amores, de exorcismos y devociones, de quijote y sancho panza. Lo es además de forma variable a través del tiempo, en el que lo único que permanece es él, sus gafas y su figura. El mismo que un año es dios para unos y diablos para otros al año siguiente hace voltear los bandos y se convierte en odiado por sus amantes de antaño y adorado por los que meses antes se acordaban de sus deudos y parientes vivos o muertos.

Garzón es Don Garzote de la mancha perseguible cuando se lanza a luchar contra molinos de viento o se empeña en liberar a galeotes. La cara se le alarga y se le afila la barba y convertido en paladí­n de los sueños se hace héroe de los soñadores y guí­a de los ilusos. Abogado de justas causas se erige en juez soberano y busca condenar todo lo condenable. A menudo con tanta fortuna como en los casos que citábamos al inicio de este párrafo.

Garzón se vuelve Garzon Panza cuando su vida le enturbia a sí­ mismo, y uno no sabe muy bien si los Gal son perseguibles hasta que le hacen ministro o se convierten ne crí­menes prescritos cuando alcanza el cargo para volver de nuevo a la carga tras el descargo. Uno no adivina si Botí­n es amigo y valedor o más bien se vale de su botí­n ara absolverse por la ví­a del mecenazgo. Uno no entiende que de pronto sólo haya grandes traficantes y de pronto todo lo vasco que suena a vasco sea poco más que un trozo de un entramado digno de Moriarty o de Voldemor, o del mismí­simo enemigo eterno de James Bond.

Ahora ha conseguido lo que Buenafuente explicaba con sarcasmo el otro dí­a. Por fin el banquillo acoge a un acusado por los delitos del franquismo. Al único que intento acusar a los que ahora le han sentado. Y claro, todos revueltos e iracundos. ¡Más le hubiese valido al buen juez poner tanto empeño en mandar a las catacumbas de la ilegalización  a falanges, dignidades y justicias o manos limpias como lo puso en tejer un saco tan grande en el que cupiese ETA y lo que no lo es! Pero eso es otra historia y la mí­a hoy termina aquí­.

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