De toda la vida

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 16 de febrero de 2010

¡Qué bonita y socorrida la expresión! Sirve prácticamente para todo y en todo momento y lugar puede aplicarse a modo de coletilla o corolario. La usa el apocalí­ptico y el integrado; el revolucionario y el conservador; el integrador y el xenófobo. La usa sobre todo el vitoriano de pro y el de contra también. Pero no voy a avanzar más sobre el gran tratado que voy escribiendo por las tardes: “V(tv)² Vitorianos de toda la vida de toda la vida”. Me limitaré a usar los tonos que voy creando para dar unas cuantas pinceladas.

Vitorianos de toda la vida son los vitorianos de toda la vida. Los pobres y los ricos. Los que tienen calles en propiedad y los que les ponen el nombre, pero también los que las adoquinaron y asfaltaron y hasta los que subieron a la escalera taladro en mano para poner el nombre de sus ilustres conciudadanos. De toda la vida son los que gobernaron nuestros palacios, y hasta quienes llevaron nuestra voz a los foros parlamentarios castellanos y españoles. Pero también lo son los que con paciencia soportaron esos gobiernos, los que abonaron toda la vida rentas y diezmos a rentistas y beneficiados de toda la vida. Hasta los soldados vitorianos que se batieron bajo el mando de los preclaros hijos de la ciudad y de la patria fueron también, mientras vivieron, vitorianos de toda la vida. Vitorianos de toda la vida son los de los grandes panteones de Santa Isabel. Pero también los de los más pequeños, humildes y periféricos, y hasta los que sintieron el contacto directo de la tierra en su cadavérica piel.

Por eso me llena de orgullo y satisfacción como vitoriano y como persona también ver elevado a la categorí­a de predilecto a un vitoriano de toda la vida, a Eduardo Madinabeitia. Un hombre desprovisto de oropeles y huérfano de estatuas, pero rico en eso que te hace grande: el respeto y reconocimiento ganado a pulso en toda una vida de buena persona.

Por eso también me provoca una sonrisa ver a los herederos de Txillida y Gantxegi recibir el honor, a modo de desagravio, que sus padres merecieron y vieron negado en vida, en toda su vida, por la inquina, cerrazón y tradición mezquina de algunos de esos otros vitorianos de toda la vida. De esos comerciantes distinguidos cuyos negocios de toda la vida sucumbieron a dentistas o franquicias. Que buscaron que sus escaparates pudiesen admirarse toda la vida y que lograron, a golpe de modificaciones, que la plaza se desnaturalizase y que el vací­o muestre hoy lo efí­mero de la vida, de toda la vida.

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