Las lecciones del Zadorra

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 26 de enero de 2010

Hace años, muchos años, el Zadorra nació, creció y se inmoló en el Ebro en vez de reproducirse. Sin él saberlo habí­a nacido eso que viene en llamarse el ílava central, reconocida oficialmente y con su PTP y todo. El Zadorra, como el agua, fue terco y paciente. Tras recorrer tranquilo las tierras llanas de aquel ílava incipiente, que por algo es que las llamamos La Llanada, se dio de morros con las Conchas de Arganzón o el Boquete de La Puebla, para gustos los colores y los nombres para ocasiones. Bueno, realmente se dio de morros con la sierra de Tuyo, y persuadido el rí­o de que su destino era superar Nanclares camino del Ebro y no convertir en lago la Llanada, horadó con mimo la montaña y la traspasó creando las conchas o el boquete.

Aquella labor del Zadorra creando el ílava central fue más tarde desoí­da por el hombre, o por mejor decir por algunos hombres, y lo que en origen y naturaleza era uno quedó, como decimos ahora, administrativamente descompuesto. Como si no hubiese podido llegar a Manzanos y hubiese nacido en Tuyo, un pantano, una laguna administrativa inundó las tierras de La Puebla y el Condado creando un gran vací­o en el corazón mismo del ílava central. Habí­a nacido el enclave, pero el Zadorra, el mismo Zadorra seguí­a fluyendo alegremente por Trespuentes y Nanclares, por La Puebla y por Manzanos, por Armiñón y Lacorzana.

Hace dí­as, pocos dí­as, saltó a los medios de comunicación el ideario de un nuevo plan de movilidad para los alaveses. Hablaron de autobuses y de trenes, y hablando de estos últimos olvidaron las lecciones del Zadorra. Hablaron de usar la despejada ví­a ferroviaria que allá por mediados del siglo XIX avanzó hacia Europa de la mano del Zadorra como un corredor movible que arrancando desde Salvatierra o Agurain llegase hasta Nanclares. Los montes que horadaron el Zadorra y más recientemente la autoví­a, las conchas que sirvieron de paso a ví­as y caminos se habí­an taponado de repente y al sur del estrecho paso de Arganzón ílava habí­a desaparecido. Ni La Puebla con sus mil habitantes, ni Manzanos, ni la floreciente Rivabellosa y sus polí­gonos industriales, ni tan siquiera la vecina Miranda, dormitorio de tantos alaveses, fueron visibles. Se habián convertido de repente en municipios con movilidad reducida.

Yo supongo que alguien corregirá este defecto por no llamarlo disparate y, aprendiendo de este rí­o que nos lleva, hará que esa movilidad tan sostenible nos llegué a todos los alaveses ribereños del Zadorra.

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