El terremoto

A los mediodí­as suelo ver, mientras leo la prensa y disfruto de mi marianito, primero a Argiñano y luego A buena ley. Todo ello en telecinco. Antes a eso de las tres pasaba a la Etb, pero algunos cambios recientes me hacen tomarme el asunto con más calma, y si no tengo el mando al lado ni me molesto, sigo viendo telecinco.

Como no podí­a ser de otra forma hoy han abierto con Haiti desde el propio Haiti. Allí­ que se ha ido Piqueras, allí­ que se habrá llevado su operador, su eléctrico, su productor, algún auxiliar y si se me apura incluso al maquillador. ¿Y todo para qué? Para emitir su crónica desde un campo vedado y vallado dentro del aeropuerto. El valor informativo añadido de dicho movimiento entiendo yo que es tendente a cero. Es más, un cercano tiroteo que no era finalmente tiroteo era la noticia del dí­a ilustrada con imágenes de una columna de humo que salí­a de algún lejano punto cuya concreción visual la imposibilitaba una enorme cisterna de carburante.

Al otro lado de la valla el caos. Pero eso lo sabemos sin Piqueras allí­. Y no es inquina anti piqueras. Como piqueras hay muchos corresponsales, cámaras, iluminadores, productores, redactores y hasta maquilladores que seguramente estos dí­as no pasarán hambre. Si no se ha salvado ningún hotel digno de ellos habrán desplazado sus motorhome con aire acondicionado, que el clima por allí­ es muy caluroso.

Yo recuerdo las crí­ticas que recibieron los norteaericanos cuando tras la catástrofe de Bopal llegaron antes que las asistencias aviones enteros repletos de abogados a la caza de sus comisiones. Yo recuerdo el bochorno que causó conocer los litros de combustible consumidos en alguna de esas cumbres contra el cámbio climático, incluido el sonrojo del propio Al Gore. Yo me sonrojo cuando veo las imágenes de Haiti. Al fondo edificios derribados. Más cerca calles de tierra surcadas por grandes coches atestados de gente que levantan polvo. Niños, menos niños, suciedad y miseria. Lo único que cambia con el terremoto es lo de los edificios derribados al fondo. Más cerca aún, y esto tampoco es novedad, los uniformados que seguramente comerán y dormirán en barracones repartiendo estopa con cascos verdes o azules, que lo mismo da al que recibe los palos el color del casco, disolviendo a jaurias de hambrientos y tratando de evitar el pillaje visible (el invisible, el de cuello blanco lo consienten y lo alientan en muchos sitios y muchos años cerrando los ojos ante los abusos que ellos, los suyos y los propios del lugar bienpagados cometen para mayor gloria de la economí­a mundial). Por fin, en primer plano, otra jaurí­a de gentes cargadas con su cámara buscando la más espeluznante imagen, el golpe más cercano y el rostro más desencajado con el que justificar su sueldo e incluso subir su cache como reportero avezado y poder cambiar de agencia o de cadena. Y todos en casa viendo la escena y corriendo al banco a ingresar nuestro donativo y de paso mejorar la cuenta de resultados de la banca a golpe de comisión por trasferencia, que una cosa son las tragedias y otra los dividendos.

A mi me da vergí¼enza por no decir asco. Yo comprendo que el tema despierta interés y que las imágenes tiene valor documental e informativo. ¿Pero tantas imágenes tan parecidas son necesarias? Yo entiendo que nuestra propia vergí¼enza debiera buscar soluciones más sencillas, un único pull de reporteros y punto. Los demás a currar que es lo que hace falta, y no a pasar por delante de los morros de los difuntos y sus familias nuestra eficiente y nutrida organización, nuestra mí­sera y despreciable competitividad que ha hecho que hasta las tragedias se analicen al final en términas de ratings, rankings, en definitiva… facturación.

En fin, que unos se mueren un poco cada dí­a y algunos dí­as mucho más; otros los han ido matando antes de hambre o de plomo en grupos o de forma individual; otros aprovechan para desplegar sus tropas y luego ya se verá; otros facturan comisiones a cuenta de los donativos; otros aprovechan para vender los stocks de sus almacenes; otros buscan incrementar sus audiencias; otros por mantener o hacer crecer sus agencias de noticias; y nosotros, en el otro extremo, con una sórida impresión de que en esto de las tragedias los dos extremos nos tocamos, o mejor dicho… nos tocan las pelotas y abusan de su miseria y nuestra ingenuidad

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