Ffue hace años, muchos años, tantos como diecisieis o diecisiete años. Cogí mi moto, mi preciosa gpz 400, busqué a mi amiguo jose manuel y su impecable tomcat y arrancamos los dos desde Madrid destino a Tordesillas. El sol acababa de salir y pese a tener el camino hasta la tierra expedito de nubes no era capaz de calentar ni las puntas del cesped. La tropa de pantalones, camisetas, jerseys, guantes y cazadoras apenas si podía evitar elfrío intenso. Pero allá que fuimos, camino de la sierra y más allá de ella.
Faltarían unos ochenta kilómetros para la meta cuando en el horizonte se divisó algo parecido a una mancha. Era niebla. Niebla helada. La visera del casco se heló tan pronto entramos en ella. Parecía vapor, pero ni los clavos del guante podían con el vaho aquel. Era hielo. El mismo hielo que se iba formando en los guantes, en las manetas, en el faro, en las cejas y en la nariz. Como no tenía gafas saqué una considerable ventaja a mi amigo José Manuel. í‰l tenía que pararse cada poco a quitar el hielo de las gafas. A mi me bastaba con llevar alta la visera y me entretenía comprobando en el espejo como mis cejas se ponían blancas.
Llegamos a Tordesillas. Tal era el frío en nuestras manos que el primer carajillo estalló del susto cuando lo cogió José Manuel. Allí estaban desde la víspera Txemi e Iñaki. Juntos anduvimos dando vueltas y haciendo el gamba.
Apenas había levantado la niebla y empezaba a calentar cuando nos despedimos. Unos para Vitoria y otros para Madrid. De vuelta comprendí que el frío no me había salido gratis. Los retenes de mi horquilla habían dicho basta y fui regando la A-6 con un interminable goteo de hidráulico. Todos llegamos a casa, y aún conservo con orgullo aquel pin descomunal con que nos obsequiaron previo pago del importe de la inscripción. Meses más tarde nacía mi hijo. La moto fue el precio. Aquellos pingí¼inos mis primeros y últimos pingí¼inos.
Estos días, estas nieves me los han recordado… Ráfagas a todos los valientes…
Leave a Comment