Publicado en Diario de noticias de álava el 1 de dieciembre de 2009
Detesto el uso de la arroba como solución de género, pero hoy me valgo del recurso para hablar de las personas humanas a las que llamaremos políticos (o sea todos) y de las maneras en la que lo hacen, a las que llamaremos políticas.
Políticos somos todos. Unos profesionales, otros aficionados; unos por acción y otros por omisión; unos militantes y otros, valga la expresión, civilizantes. Pero no se yo por qué será (si que lo sé, pero ahora no es el caso) que nadie quiere reconocerse como tal. Expresiones como “la política para los políticos y los políticos para”¦” producen general satisfacción y hasta vítores de adhesión en los bares, los autobuses y las colas del INEM. Pero mira tu por donde, viene un día como el domingo y a todos nuestros pueblecitos les toca el turno de ejercer y ser ejercidos. “Eso no es política” dirá algún electo. “Lo nuestro es trabajar por el pueblo” añadirá otro. Pues eso es política, concluiré yo. Política con mayúsculas añadiré. Sin cobrar un duro, sin perder la sonrisa, buscando una corbata en el armario para ir a la dipu a pedir unos eurillos para el saneamiento. Limpiando los zapatos en el coche para pedir otros eurillos más para asfaltar una calle cuyo barro nunca termina de salir de los zapatos esos (con lo bien que se anda con las botas). Sin homenajes ni estatuas. Sin sellos ni medallas. Día a día con la bombilla a cuestas y el destornillador en el bolsillo. ¡Hasta en fiestas tienen que guardar las composturas para ajustar presupuestos y festejos!
Luego vienen los políticos y lo arreglan todo. Vienen a inaugurar lo que otros han peleado. Vienen a sacar la foto que certifica que han cedido a repartir lo que no es suyo. Cogen el coche y se van a su despacho, o a la radio. Se sientan como jugadores de poker pero sin gafas oscuras ni nocivos tabacos y dicen simplezas como quien dicta clases magistrales. Dicen que no se debe hacer política con el debate entre asistencia pública, privada o concertada. Dicen que no hay por qué azuzar el debate político con los grandes temas como el auditorio o la estación, o el que toque en cada momento y entonces uno se pregunta”¦ ¿y de qué vamos a discutir entonces? ¿De la ubicación de la pista de hielo? ¿Del color y motivo de las luces de navidad? ¿De si las bicis son naranjas o tienen que ser verdes? ¿De quién pintó la letrina y por qué?
Al final uno se queda con la sensación de que los únicos no políticos que no hacen política son, precisamente, esos a los que pagamos para que la hagan.
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