Otros mundos son reales

El romántico slogan aquel de Otro mundo es posible encubre en cierto modo una visión etnocentrista del planeta. De hecho, y aún a pesar nuestro otros mundos son y han sido reales, y muestran casi a diario su capacidad de reivindicarse. Como una reinvención del cartesianismo practican con frecuencia aquello de… la lí­o luego existo, y ante nuestros ingénuos o no tan ingénuos esfuerzos occidentales por apostolarles en la libertad, los derechos humanos y la democracia concluyen al modo cervantino con aquello de “ladran luego cabalgamos” o con la más erudita reflexión al modo de Galileo, “pero se mueve”.

Hasta en reflexión tan torpe como la mí­a caemos siempre en el mismo error. Una vez más usamos nuestros modelos para entender los suyos en vez de intentar simplemente asumir y respetar los suyos.

Todo este ejercicio me viene a la mente al hilo del episodio del Alakrana. Y como es de bien nacidos ser agradecidos, pasa de simple borrador a incipiente pensamiento gracias a la intervención de Fote esta mañana en Radio Vitoria. Su hilo argumental básico era que el problema no son los militares, ni la audiencia nacional. La verdadera cuestión es plantearse qué hace un atunero vasco - gallego en somalia. ¿Por qué cazamos allí­ lo que agotamos antes aquí­? Ante preguntas tan sencillas las respuestas evidentemente lo son también. Que pesquen ellos sus atunes y luego se los compramos nosotros.

Esa reflexión nos lleva a la que a mi me provocaba el enfoque de este apunte. Cegados por la supremací­a de nuestra cultura, lo elegante de nuestras ropas, nuestra capacidad industrial y tecnológica y hasta nuestro exquisito sentido de la estética, el lujo y la comodidad hemos siempre querido imponer nuestro esquema al planeta negándonos a admitir que otros mundos son tan reales como el nuestro. Algunos incluso más antiguos.

Ahora, superados los delirios imperialistas, y hasta las ensoñaciones religiosas, pero presentes aún argumentos más espúreos, fundamentalmente económicos, nos amparamos en la exportación de valores como los antes citados, democracia, libertad, derechos humanos. Y mientras destrozamos sus partes del planeta predicamos sin cesar lo sostenible del desarrollo, de nuestro desarrollo.

Ellos han sobrevivido pegados a sus tierras, que apenas sufrieron más deterioro que el propio de la naturaleza hasta que llegamos nosotros y las depredamos. Su error fue no ser tan expansionistas como nosotros. Su desgracia contar con un medio duro, pero suficientemente blando como para hacer inútiles los avances industriales. Frente a nuestros estados, evolución de nuestros viejos reinos, adscritos siempre con exactitud feudalmente milimétrica a la propiedad de la tierra y la integridad del territorio, ellos practican una estructura más laxa, menos institucionalizada pero, a la vista de su supervivencia no menos eficiente como campo de juego social que la nuestra. Tienen muchas tribus sus mecanismos de participación, sus sistemas de relevo, sus procesos de toma de decisiones. Pero a nosotros no nos valen. Tenemos que poner corbata a los negritos y cambiarles el tam tam o el corro frente al fuego por las urnas y los tribunales.

Y luego eso sí­, si aprenden de nosotros el amor por el dinero y nos secuestran y extorsionan les llamaremos salvajes, indocumentados, desestructurados y que se yo cuantas cosas más. Al pasar la hoja del periódico seguiremos leyendo cosas del Gurtel, de El Ejido, del Liceu,  de coslada o de Santa Coloma, de mujeres muertas en acto de servicio y de niños obesos escondidos, de suicidas con miedo a la soledad que se llevan por delante compañeros de academia o instituto, de violadores de ancianas, de caní­bales por internet y que se yo que cosas más, y las olvidaremos mientras miramos como va el ERE de nuestra empresa, el tipo de nuestra hipoteca o la factura del seguro del coche. Eso es civilización, la nuestra.

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