La semana trágica

Menuda semana que hemos llevado. Por un lado y por otro, y por si alguno no se habí­a dado cuenta, el siglo XX es el pasado. Cada vez más lejano, cada vez más enterrado.

Abrió la cita Lopez Vazquez. El “señoriiitoooo”. Una pérdida en todo el sentido significado de la palabra. Uno de los últimos (no sé si queda alguno más) brillantes profesionales del escenario, fí­lmico o platear, español. Allá, en la casa celestial del actor, la que no depende del albur de la pléyade de mafiosos de la SGAE, se encontrará con Rafaela, con Gracita, con Fernando, con Agustí­n, y con tantos otros que hicieron lucir las más casposas cintas igual que dieron brillo a los más elegantes ejercicios de narrativa fí­lmica.

Siguieron casi a la par don Francisco y don Levi. A este último, al señor Strauss, le habrá llorado alguno por equivocación. ¡Quién nos hará ahora los pantalones! Pijos remolones que no se enteran de que, entre los más jóvenes, ya hasta el de los pantalones es un desconocido.

Del señor Ayala diré que no caeré yo en la habilidad aquella de la Mazagatos respecto a Vargas Llosa (le sigo mucho pero nunca le he leido). Yo he de reconocer que, pese a que me interesa no he encontrado un hueco para leer sus obras, o quizás sea que sus obras no me han llamado a los ojos los dí­as que rebusco en librerí­as en busca de presas. Si que he de decir que su trayectoria vital me parece muy interesante. Que conmueve al tiempo que esperanza ver a alguien pasar el siglo sin ser un vegetal. Y que tengo el firme propósito de más pronto que tarde poder disfrutar, si es que lo consigo y sintonizo, de su prosa, su verso y su narrativa.

A Leví­ le leí­ porque le leí­a mi padre. Porque mis profesores le leí­an y porque un buen maestro que tuve (en sentido vital más que académico) me hizo abrazar el estructuralismo. Curioso y variopinto personaje, leví­, aunque el maestro citado también. Un intelectual de los que, como actores y escritores puros, van quedando menos. Alguien intelectualmente soltero de por vida. Bueno, soltero o todo lo contrario, polí­gamo, es decir de los que se casan con todos o con nadie y nunca depende de la dote de la novia, sino del amor entrambos.

En fin, que nos queda un duro reto por delante. Mirar con nostalgia al siglo que se nos va o fabricarnos a nosotros mismos como si fuésemos los últimos del mundo, los hombres y mujeres capaces de generar nostalgias en el lejano siglo XXII.

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