Los semáforos

Resulta curioso como vuelven siempre las eternas discusiones. No me refiero a la de los semáforos en sí­, artilugio no muy longevo entre nosotros. Me refiero más bien a la cuestión de si el progreso, entendido como ir hacia algo mejor, es consustancial y cuasi equivalente a la propia evolución. Estoy de hecho leyendo un articulito al respecto del propio Kant cuyo comentario llegará cuando acabe de leer ese y el resto de artí­culos del volumencito. Pero no vamos a eso.

Vivimos tiempos aquí­ en nuestro continente en los que al margen de crisis que posiblemente pasarán, si por algo se caracterizan es por la inteligencia artificial, esto es, la sublimación de los automatismos, y por el elevado nivel de formación que atesoran los occidentales, nivel de formación que se adereza y  acompaña por la disponibilidad de información mayor que vieron los tiempos.

Visto lo visto tendrí­amos que haber seguramente progresado. Pero cuando uno oye hablar a los ediles de vitoria en general (y a alguno con extrañas amistades en particular) sobre el particular (en este caso son los que se relacionan con el tranví­a), uno tiene la impresión de que de progreso nada. No seré yo quien juzgue la formación de los ediles. sus profesores, aunque sean solo los de primaria responden de ello. Pero el nivel de información que manejan no creo yo que sea el más adecuado.

En cuanto a los semáforos, tal como actualmente los sufrimos, son más propios de un museo que de nuestras calles. Un museo de estos de la técnica y la tecnologí­a. Porque por más que ya no funcionen con relés o arcaicos temporizadores, el fundamento es el mismo, y la rigidez también. Los semáforos son, desgraciadamente bobos. No sé si más o menos que nosotros o más o menos que nuestra pléyade de polí­ticos, pero bobos a fin de cuentas. No se dan cuenta de que no viene nadie. No se dan cuenta de que los niños salen del colegio o de que ha llegado un autobús o de que todo eltráfico va por una calle en vez de por otra. Los semáforos son bobos y en nuestra ciudad, además unos tocapelotas. No sólo molestan a los conductores con el loable afán de que acaben por dejar su coche en el garaje. Es que hacen lo mismo con los peatones, no se si para invitarles a no salir de casa y conseguir así­ que no vean el lamentable estado que, a espera de grandes inauguraciones la ciudad presenta.

Se dice que la saturación de leyes y normas deriva en el descrédito de la ley y la norma en sí­, y si en vitoria los semáforos invitan a algo es, precisamente a saltárselos.

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