Confiar para que?

A menudo oimos de boca propia o extraña expresiones que vienen a indicar desconfianza en la clase polí­tica en general y en la clase polí­tica dedicada a tareas de gestión de lo público en particular. El caso es que bien mirada la cuestión, nos acabamos encontrando con una dinámica un tanto perversa.

Dado que todos partimos de la mútua desconfianza, nos dotamos de leyes y reglamentos cuyo objeto no deja de ser otro que evitar los abusos y las trampas. Lo triste es que los hábiles encuentran a menudo el atajo innecesario y siguen haciendo trampas, y quienes no tienen aviesas intenciones se ven sin embargo imposibilitados de hacer lo que debieran por si acaba pareciendo trampa.

Esto ocurre especialmente en todo lo que se refiere a la contratación. Por un lado nos quejamos de la lentitud e inoperancia de la contratación pública. Nos quejamos del papeleo, nos quejamos de los requisitos, nos quejamos de la complejidad, de todo nos quejamos. Y aún y todo este entramado legal puesto al servicio de garantizar la confianza nos encontramos un dí­a tras otro con motivos que nos llevar a ser desconfiados, con trampas, y a menudo con lo que aparentemetne son trampas. Demuestra esto que lo rí­gido del marco no garantizo lo limpio del cuadro, eso sí­, lo hace más aburrido y menos artí­stico.

¿que alternativa nos quedarí­a? Posiblemente no muchas, porque lamentablemente debiéramos de plantearnos lo que ocurrirí­a si estableciesemos un marco de confianza mútua que permitiese a los gestores gestionar de forma honesta pero a la vez flexible y eficiente. Es posible que las cosas no fuesen mejor, pero es complicado pensar que fuesen a ir aún peor. digo esto porque lo que nos hunde es que si vemos una adjudicación por contrato tendemos a pensar en que es mentira que se le haya dado al mejor. Pero es que si la adjudicación que vemos es a dedo pensamos lo mismo. En un marco de confianza, que los resultados bien podrí­an certificar, serí­a bonito plantearse simplemente si se le ha adjudicado al mejor, o cuando menos al menos malo.

No creo yo que no exista entre la clase polí­tica gente cuyo esquema de funcionamiento se basa no ya en la ética, palabra grande donde las haya, sino simplemente en cuestiones más humildes como la honradez y la eficacia. Pero lamentablemente es posible que aparezca algún aprovechado que haga que volvamos a desconfiar de todos, incluidos nosotros mismos, y esto ocurre porque no acabamos de entender que la honradez es como el embarazo, no se puede estar unpoco embarazada. Se está o no se está. No se puede ser un poco honrado, se es o no se es, y si el que más y el que menos, en su vida privada y personal hace más o menos a menudo de su capa un sayo con lo que tiene a mano, ¿cómo exigir un comportamiento distinto cuando gestiona lo suyo y lo del resto? Por decirlo más claro. Si no tenemos inconveniente en esquivar el IVA; en no declarar los ingresos del alquiler del piso de la abuela; en pedir bajas no justificadas, cobrar becas no necesarias y tantas y tantas cosas peqeuñas que “hace todo el mundo” ¿con que tamaño de boca vamos a reclamar a quienes en el fondo son como nosotros en todo salvo en la cantidad de recurso y dinero que gestionan que lo hagan con total honradez? Y no se trata de llevarse dinero para casa. A menudo se trata simplemente de saltarse algún paso o requisito con sanas intenciones y loables objetivos, pero lo que vale para nosotros no vale para el resto. En definitiva… que bonito serí­a poder confiar en quienes nos gestionan y que ellos confí­en en nosotros. ¡La cantidad de dinero que ahorrarí­amos en vigilantes, inspectores y policí­as!

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