Santos sin coronas

Me llamó ayer la atención el titular que se referí­a al inicio de la vista oral de un tal Santos, concejal que fue en el municipio de Palma de Mallorca y que saltó a la fama no por las calles, plazas, escuelas, polideportivos, jardines y demás contribuciones suyas al patrimonio municipal, sino por el jardí­n en que se metió costeando sus nocturnas y no tan nocturnas correrí­as con cargo a la visa municipal.

Se ve, por el titular aludido, que su afición a meterse en jardines de difí­cil acceso y peor salida, es algo innato y consustancial a su persona. El titular en cuestión indica que “De Santos dice que no gastó 50.800 euros en sexo, sino en droga”, y la entradilla que lo aclara nos informa de que “El ex edil de Palma por el PP alega en el juicio que se quiere dar una “mala imagen” suya”. (Puedes leer el artí­culo completo en la edición digital de Diario de Noticias de ílava)

Me llamó la atención tanto por la extraña escala de valores que el titular demuestra como por la curiosa estructura moral y ética que descubre en el citado De Santos. Veamos.

El individuo en cuestión era homosexual (cosa que no tendrí­a mayor interés de no concurrir la circunstancia de su militancia y actividad pública bajo la marca de un partido confesional y firme defensor de los más rancios valores de la moral cristiana entre los que la citada circunstancia no se tiene en todo caso como una virtud de la que presumir con orgullo).

El individuo en cuestión era cliente habitual de una casa de lenocinio másculino, lo que tampoco termina de casar mucho con la moral y usos católicos, apostólicos, romanos y en todo caso con los de la derecha esa que defiende la familia tradicional y condena el sexo sin orientación procreadora y más aún el de pago y más aún el que se practica entre indiví­duos del mismo sexo. Pero sigamos.

El indiví­duo en cuestión costeaba estos y otros vicios con cargo al erario público, como si confundiese el concepto de público asociado a erario con el de público asociado a hombre o mujer y referido al individuo que ofrece su cuerpo y sus favores a cambio de dinero que nuestro hombre debió entender que evidentemente podí­a ser público.

El individuo además de todo lo anterior era drogadicto. Y esto sin embargo parece para él que resulta una actividad si no loable, si al menos justificable.

Vamos, que no es lo mismo, ni con mucho, trincar más de cincuenta mil euros para blanquearse las narices, cosa habitual, cotidiana y digna de aplauso según parece, que gastárselos en pagar a lo que los griegos llamarí­an efebos y los chelis chaperos, que eso si que da mala imagen. Claro que el pecado según parece está más en que te vean que en que lo hagas, porque es muy desagradable que te cacen haciendo lo que dices a los demás que no hagan. Es como el médico fumador que prohibe el tabaco o como el cura aquel que al ser cazado en similares circunstancias decí­a aquello de haced lo que digo pero no lo que hago, y que podrí­a también decir aquello de haced lo que digo y no digais lo que hago. 

Curiosa la moral del popular éste. Vamos, que no se me ocurren más comentarios.

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