Faltan ojos

Veí­amos ayer a una alborozada ministra anunciar a bombo y platillo la inminente puesta en el “mercado” de una ingente partida de pulseras con que acosar a los acosadores. Hablamos de aparaticos que enví­an datos sobre la posición de unos y otros y que presuntamente impiden al alejado forzoso acercarse al objeto de su pérfido y asesino deseo. El caso es que hubo no hace mucho tiempo un antecedente en el que, funcionando correctamente el dispositivo, nadie atendió sus señales y la defendida pasó a cuenta del despiste por la consulta del forense.

Me acordé entonces de la contundencia con que se habló de la instalación de cámaras para vigilar las rampas de Gasteiz e impedir los actos de sabotaje y destrucción masiva de cristales. Las cámaras se pusieron, y los gamberros siguieron sin problemas con sus ataques. Como atacaron el palacio foral un grupo de energúmenos mientras las cámaras lo grababan.

Al final resulta que uno tiene la impresión de que en la seguridad pasa como en la programación. Hay demasiadas horas de emisión. Sobran cámaras como sobran canales, y faltan ojos para observarlas como faltan espectadores. El problema no es poner dispositivos de vigilancia, el problema es poner vigilantes que los atiendan. Vigilar sin ser visto es como poner cámaras sin grabador o GPS sin satélite.

En el caso de las mujeres resulta aún más grave. Tu seguridad depende de que todo funcione correctamente sí­, pero nada funcionará si quien recibe la indicación de acercamiento no activa el protocolo oportuno, ni si tampoco lo activa cuando detecta un mal funcionamiento del sistema. Nada servirá de nada si nadie atiende a la llamada del botón de pánico. De nada valdrá nada si el tiempo de llegada de los agentes es mayor que el de acercamiento del alejado. Al final viene a cumplirse aquello que respondió el jefe de seguridad de Alfonso XII o XIII cuando éste le preguntó por la seguridad de sus paseos callejeros. “Si lo que me pregunta es la posibilidad de que alguien acabe con su vida y pueda escapar la respuesta es que es prácticamente imposible que escape” (la adaptación es mí­a, la frase no es literal).

Vamos que, puestos a actuar de forma correcta y a evitar en efecto esta sangrí­a de mujeres, que bueno serí­a poder aplicar una celosa escolta no a las ví­ctimas, que tienen derecho a vivir cómodas libres y felices, sino a sus agresores. Una escolta que se encargue de recordarle a dónde no se puede acercar, y que evite acciones nefastas en caso de que el malvado sucumba a la tentación de intentar serlo. Claro que, para poder liberar el número de escoltas suficientes, serí­a necesario que algunos descerebrados que cubren su vací­o mental con una txapela y un pasamontañas se decidieran a poner su granito de arena, y visto el caracter solidario y justo de esta gente, me da que todo ha sido un sueño y que tendremos que seguir confiando en que el vigilante que mira la pantalla no se haya ido a mear…

Leave a Comment

Límite de tiempo se agote. Por favor, recargar el CAPTCHA por favor.