El carrito

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 26 de mayo de 2009

Cuando era chiquití­n solí­a ir con mi abuelo a la Plaza Nueva. Aquella vieja plaza nueva con su suelo de cantos rodados rompetacones, con sus carricos de chuches y golosinas, con su puesto de parisiens, con sus cambios de cromos y sobre todo con el carrito. Menos mal que el abuelo era amigo del carritero y algún apaño harí­a, porque dada mi afición al asunto, se hubiese quedado sin un céntimo para blancos. Te montabas en el carrito y hala, una vuelta a al Plaza en el ingenio aquel de tracción animal que se mojaba cuando lloví­a.

Hoy la cosa aquella, tan bucólica y pastoril serí­a imposible. Las asociaciones de defensa del reino animal protestarí­an por tamaño atropello y sacarí­an pancartas invitando al burro a subirse al carro y al dueño a tirar de él. Las de madres desconfiarí­an por lo peligroso del asunto, el carrito sin cinturones de seguridad, ni elevadores, ni siquiera un triste airbag que llevarse a la boca. Los barrenderos por tener que retirar los residuos del semoviente. El ingenio además resultarí­a hoy inaccesible, por lo que habrí­a que instalarle rampas o ascensores, y además entre sillas, mesas, escenarios y los coches del ayuntamiento y de los chicos de la prensa el pobre burro no tendrí­a ni por donde moverse. Y hablando de moverse, como es casi seguro que el plan de movilidad no dice nada del carrito pues no hay nada que hacer.

Eso sí­, ya no se rompen los tacones, ni hay parisiens ni golosinas que no sean de marca, y hasta es posible que, de aquí­ a algún tiempo ni siquiera te mojes cuando llueva. Eso quedará reservado para los patios como el de mi casa, que son particulares.

Podremos cambiar cromos a cubierto en el mismo centro de la plaza ahora que ya no hacemos colecciones y dar paseos Dato arriba y Dato abajo recordando los tiempos aquellos en que habí­a tiendas, y cines y teatros además de bancos, claro está. Y lo haremos además como los intrépidos pescadores de loinas de los que hablaba Donnay, hasta en el invierno y sin temor al frí­o.

Puede parecer un futuro aburrido y provinciano, pero no. Siempre nos quedará nuestra innata habilidad para complicar lo sencillo y disfrutar con nuestras locales aventuras. Que sé yo, ese coger el tranví­a para llegar al sitio donde hemos aparcado el coche, allá por las calles de Lakua o Abetxuko (aquí­ algo más complicado), y una vez en marcha volver loco al GPS dando vueltas alrededor del palacio de justicia. Si el burrito levantase la cabeza seguro que exclamarí­a aquello de”¦ ¡estos han perdido el juicio!
 

 

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