La viña de Justo

Publicado en diario de Noticias de ílava del 31 de marzo de 2009

Tení­a intención de haber seguido con mi propuesta de las pegatinas, porque han sido muchos los lectores que así­ me lo pedí­an. (Bueno, en realidad ha sido sólo mi padre, pero siempre gusta darse un poco de importancia). ¿Cómo asignar colores de vitorianismo sin el beneplácito del liceo de vitorianos de toda la vida?; ¿o color de ilustrado sin el de la comisión de expertos al uso?; ¿o de poteador sin el del gremio de hosteleros? Todo se andará, porque hoy quiero contar un cuento sin moraleja clara pero bueno para pensar.

Justo tení­a una viña en un rinconcito más del sur alavés. Un rincón de esos por los que pasan las cosas sin quedarse. Pasa la alta tensión y tienes que elegir si pones la lavadora o el calefactor. Pasa la fibra óptica y el Internet te lo tienen que mandar por antena. Por pasar pasa hasta el gas licuado y a presión mientras a ti te lo sigue llevando el butanero.

Un dí­a vinieron unos señores y le dijeron a Justo que un tubo iba a pasar bajo su viña. Le pagaron lo que corresponde y le aseguraron que volverí­an a poner las cosas en su sitio. Una cosa rápida. Aún con todo “en regla” e indemnizado, Justo no pudo menos que acompañar a sus pobres cepas cuando vinieron otros señores con sus máquinas y le hicieron un costurón de aupa a su viña. Una herida en la tierra más fácil de tapar que el dolor que sentí­a Justo al ver arrancadas sus cepas.

El caso es que un buen dí­a, y con la zanja abierta, los señores de las máquinas dejaron de venir. ¿Qué pasaba? Pues que otros señores se habí­an dado cuenta de que no muy lejos de allí­ viví­an unas águilas. Y las águilas necesitan paz y sosiego para sus cosas del amor. Y como se ve que quedan pocas pues hay que dejarles que se quieran en paz, que si no se distraen y nos quedamos sin huevos.

El caso es que a Justo le dejaron su viña con una zanja de tres metros, sendos montones de tierra junto a ella y las pobres cepas del más allá inaccesibles que dirí­amos ahora. Las máquinas que se fueron para tiempo no pudieron tan siquiera turbar un dí­a más la paz de las águilas y dejar en paz a Justo y su viña. No podí­an entrar, no les dejaba la empresa dueña de la zanja, a la que no le dejaba la diputación, a la que no le dejaba la sentencia del juzgado al que no le dejaba la voluntad salva águilas del denunciante. Y Justo se va quedando compuesto, con zanja y sin viña. Y el tiempo pasando y las tareas sin hacer.

Puede que no sea exactamente así­, por eso es un cuento, pero el caso es que Justo no lo ve justo.

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