Un cofre, o dos…

Ayer mismo empezaron los jerarcas de la cosa foral a amortizar los 14 millones de euros que se han gastado en el nuevo museo de arqueologí­a vitoriano. Lo usaron como sala de reuniones y aprovecharon para echar una partidita… De la dirección lo único que se sabe es que está en la Cuchillerí­a, lo cual ya es bastante simbólico. No estuvo por el contrario la técnico responsable pero el amigo Mangado se basta y se sobra cuando de dar explicaciones se trata.

El caso es que ahora que ya sabemos que se inaugurará, si el mercado del bronce de dudosa procedencia no nos da otro sobre salto, allá por un cercano 26 de marzo. Y antes de poderlo ver, de visitar el edificio y de contemplar el esfuerzo museográfico en su parte expositiva, que me consta ha de ser brillante si atendemos a la responsabilidad técnica y a la capacitación de alguno de los asesores, mi padre incluido, me gustarí­a hacer un par de reflexiones.

La primera atiende, más que al nombre, al concepto que abarca, manifiesta o representa el nombre. Ya me referí­ al asunto cuando se hizo público (Hordago). Insisto más en serio que me parece un error mezclar txurras y merinas aunque sus rediles estén cerca. Un error que evidencia una contradicción y una intención. La contradicción es volver a un modelo de museo que siendo generosos podrí­amos llamar decimonónico. El museo de corte cuasi personal. El museo colección de colecciones. El museo muestrario de curiosidades. Lo mismo da una baraja que un bifaz musteriense, una prensa entintada que una terra sigilata. Mezclarlo hablando de conceptos museí­sticos es una contradicción con lo que los espacios museí­sticos son o deben ser. Espacios didácticos, temáticos, espacios para legos y expertos en todo caso interesados en capturar o ser capturados por el tema en cuestión. La intención, relacionada con lo anterior, es una vez más impropia de lo que debiera ser. Como se asume, se presume o se intenta (de ahí­ lo de la intención), que más que a expertos, (y eso que mira tu que hay muchos por ahí­) se va a buscar a turistas de los de plano y cámara digital, pues les ponemos un edificio bonito, con su patio y todo, en un entorno magní­fico, y como hay que tener alguna excusa para poner anuncios y carteles, les decimos que pueden ver cartas y piedras. ¿Piedras para jugar al mus? preguntará alguno no sin falta de razón.

La seguda reflexión hace referencia al edificio. Y en cierto modo es congruente con lo anterior. El edificio es de los que está llamado a ser emblemático si resiste bien el paso del tiempo. Está en la onda. Tiene hasta su firma prestigiosa. Pero una vez más algo chirrí­a. El propio concepto. Una vez más todo nos lleva a pensar que se trata  de pensar más en las guí­as y el turismo más o menos masivo, más o menos interesado que en el patrimonio, en su cuidado, investigación y puesta en valor. Se trata más de potenciar al visitante numeroso pero poco especializado, interesado fundamentalmente en visitar sea lo que sea, que perseguir al visitante que viene interesado, no al que ya que pasaba por aquí­… En lo puramente conceptual el edificio es también paradójico. Cuando todos hablan de museos como realidades vivas, como puertas abiertas que comunican los mundos paralelos de la ciencia con el conjunto de la sociedad, nosotros tenemos un cofre. Su luz asemeja, según indica su propio autor, con los rayos de luz que entran cuando se abre el cofre. Su contenido es un tesoro. Un tesoro que hay que guardar en lugar seguro, y ¿que más seguro que un cofre? Claro que, si el que tiene las llaves del cofre se hace habitual del adosado y se juega el contenido a las cartas, pues vamos dados…

En fin, que si en estos tiempos en los que aparentemente tanta preocupación despierta entre los jerifaltes la cultura y el patrimonio, la claridad de ideas con las que actuan es parecida a la que todo esto del Bibat rezuma… dan ganas de comprarse un castillo y volverse un huraño coleccionista…

1 comentario

  • Pedro dice:

    Es curiosito lo del cobre que se abre conla luz que cenitalmente iluminará el museo… Sorprendente en una ciudad dondeluz, luz… pues pocas veces. Por eso los previstos lucernarios esconden lámparas fluorescentes por que si no… si no no habrí­a luz. En fin que un cuento muy bonito pero oscuro (¡qué contradicción) a no ser que demos al interruptor de la luz

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