Los lí­mites de la memoria

Hay cosas en este paí­s, y las hay en este estado, y hasta en este mundo que nunca dejan de sorprenderme. Cosas sobre las que uno empieza pensando en borrador, cosas que le sugieren tantas cosas que a veces es difí­cil encontrar el tiempo y el momento de sistematizarlas. Vaya esto por tanto, más como una especie de borrador, un brainstorming de esos, que como un discurso coherente, congruente y articulado.

La imagen en cuestión es la del acto que el partido popular organizó en Lizartza para homenajear a un ex guardia civil, funcionario de icona al que ETA ametralló hace 30 años.

Las incongruencias, propias y ajenas son las que vienen a continuación.

Primero de todo es una cuestión de tiempo. 30 años, especialmente los últimos 30 años, son muchos años en la vida de este paí­s para hablar de ellos sin ser consciente de ello. Apenas 2 ó 3 años después de la muerte del dictador, y con gran parte de su aparato administrativo, judicial, policial y militar intacto. Nada justifica nada pero ayuda a entenderlo. La cosa no tendrí­a más importancia si no fuese porque según parece hay quien tiene muy claro donde está, a la hora de mirar atras, la barrera que separa la necesidad de hacerlo frente a la más absoluta inconveniencia siquiera en intentarlo. No me resulta creible gente que reclama un homenaje a alguien muerto hace 30 años al que no asiste ni su familia (por motivos de prisa dicen, pero estas cosas se organizan con tiempo, no a salto mata salvo que lo que se pretenda sea otra cosa), y que al mismo tiempo se felicita de que no pueda desenterrarse para ser identificados, paso previo a cualquier homenaje, a gente fusilada hace 70.

Pero es que además, si algo suena a antiguo en todo esto es precisamente esa presencia popular en ese ayuntamiento gipuzkoano. No puede ser que en pleno siglo XXI, gente que ni sabí­a donde estaba ese pueblo ni le importaba, aparezcan de cuando en vez con sus policí­as, sus coches blindados, sus escoltas, sus periodistas y toda su parafernalia partidista a, literalmente ocupar el pueblo y sus instituciones, hacer sus proclamas y largarse rápidamente. Y todaví­a se extrañarán de que no les quieran. No han ido a hacer obras de saneamiento, ni ludotecas, ni a pronunciarse sobre la situación del sector agroganadero gipuzkoano, o sobre la madera o sobre lo que sea. Van a hablar de terrorismo, de Zapatero, de Urkullu, de Azkarraga y de quien se les ponga por delante en román paladino, en castellano por supuesto. Y luego se extrañan de que resulten extraños, ajenos, como un sueño o una pesadilla.

No seré quien les niegue el derecho a circular libremente, todo lo contrario, pero no creo que este sea el camino de hacerlo, sinceramente lo digo y no se si siento más tener que decirlo o estar convencido de que es verdad. Así­, desde luego, no.