Mi jardí­n japonés

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 11 de noviembre de 2008 

Que nadie afine el oí­do que no voy a hablar de acústica ni voy a referirme a ese espacio imaginario donde se nos están metiendo técnicos y ediles en busca de la excelencia y su financiación. No. Voy a hablar de mi jardí­n japonés. Del que me regalaron el otro dí­a.

A pequeña escala, o sea la mí­a, un jardí­n japonés, en su variante zen, es una bandeja con piedritas dispersas sobre arena en la que se hacen dibujos con un rastrillo pequeño. Tanto su contemplación, como el momento de borrar y rehacer los dibujos contribuyen al equilibrio interior a la paz y a la reflexión. Vamos, que engrandece el espí­ritu y amansa a las fieras que llevamos dentro.

Tal como está el mundo debiera ser un útil omnipresente. Hasta tendrí­a que haberlos en versión de bolsillo. Que paras en doble fila para comprar el Diario y te caza el cazadoblesfilas. Sacas tu jardincito, dibujas unas ondas y te evitas que con la multa te llegue una denuncia por desacato, agresión o insultos a la autoridad. Que vas a negociar la revisión de tu hipoteca y terminas sin cuenta, sin hipoteca y hasta sin casa. Sacas el jardí­n inmobiliario, dibujas sobre el cemento en polvo y colocas con cariño los trocitos de ladrillo mientras el cuello del asesor ve alejarse el peligro de sentir tus manos sobre él. Que vas a pedir un dí­a libre en el currelo y sales con toda la vida libre por delante. Pues coges tu jardincito laboral, dibujas sobre el polvo de huesos molidos y esparces unos centimillos, sí­mbolo de la riqueza que nunca disfrutarás. Guardas las llaves y reprimes tu primera intención de usar la carrocerí­a germana del coche de tu jefe como un jardí­n japonés.

A mayor escala serí­a de gran utilidad en casi todos los edificios públicos, oficinas ambulatorios y hasta juzgados. Adif ya los incorpora en sus proyectos de estación. En La Puebla de Arganzón dicen que van a poner uno. Son medioambientales, tienen poco mantenimiento, y además los propios usuarios se encargan de su embellecimiento evitando así­ motines y tumultos cuando hay retrasos. Sólo hay que tener la precaución de que los rastrillos sean de goma, no vaya a ser que al final los usuarios se dejen del Zen y se lí­en con el zis y el zas.

En fin, que dando vueltas al porqué de que algo tan beneficioso no esté tan extendido como debiera, me he dado cuenta de que tiene básicamente un problema, necesita tiempo. En otras palabras, que nos cabreamos a mucha más velocidad que nos calmamos, y es que para que nos vamos a engañar”¦ motivos no nos faltan.

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