La soledad del doblador

Hay profesiones oscuras, que apenas merecen consideración más allá de los propios cí­rculos profesionales o de los aficionados pertinaces y mitómanos. Algunas lo son por motivos obvios, porque son inconfesables. Pensemos por ejemplo en los “negros” literarios, los “fontaneros” polí­ticos, los falsificadores y ciertos ladrones de guante blanco en general.

Pero hay sin embargo otro grupo de profesionales que, siendo honrados, legales, incluso teniendo su propio punto de creación son de facto ignorados. Me refiero a los dobladores. Los que como si de un pacto con el diablo se tratase, venden su alma en forma de voz para mayor gloria de sus personajes en sus áreas de influencia lingí¼í­stica.

Estas reflexiones me han venido a la cabeza mientras escuchaba en la radio un espacio de recuerdo a la recientemente fallecida Estelle Getty, la incombustible Sophia Petrillo de Las Chicas de Oro. El locutor en su panegí­rico, y más aún teniendo en cuanta que hablamos de la radio ha enterrado no ya a Estelle, sino del tirón a la que realmente estábamos escuchando, a Irene Guerrero de Luna, su dobladora habitual. En ploeno delirio ha llegado a hablar de su inconfundible voz sin tener en cuenta que esa voz tiene vida propia, igual que las que para nosotros son la voz de los protagonistas de nuestras series y pelí­culas favoritas. Ese Constantino Eastwood o Clint Romero, que tanto monta monta tanto, ese Bruce Langa, etc. etc. etc. Valla desde aquí­ un saludo y un homenaje para todos ellos. Para ellos y para todos los que con su voz, aunque sea en silencio, ponen su alma al servicio de una causa y nunca salen en la foto…

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