Lingí¼í­stica y polí­tica

Lo bonito que tiene esto de seguir las peripecias municipales, es que de cuando en vez te ofrecen interesantes espectáculos y curiosas derivaciones. Lo que ayer debí­a haber sido un debate polí­tico se convirtió, por arte de magia en una incompleta sesión de trabajo lingí¼í­stico. Estos polí­ticos es lo que tienen. Se lí­an con lo suyo y al final se pierden. Porque la cosa ya no es si el ciudadano se cae o no, si hay que ponerle señales, rampitas, pasamanos o colchonetas para que caiga en blando. No. Ahora lo que centra el debate nos es siquiera la filosofí­a polí­tica, ni la metafí­sica. Es la filosofí­a del lenguaje, la semántica, la semiologí­a.

¿Define necesariamente el uso el término con el que designamos un espacio? ¿El nombre es esencial y constituye una parte indisoluble de aquello que denomina? ¿Qué es lo que realmente importa? ¿lo que vemos o lo que el nombre de lo que vemos indica?

En fin, que se trata de un debate más complicado de lo que parece. Porque si que parecen escaleras, en el sentido de que son una “Serie de escalones que sirven para subir a los pisos de un edificio o a un plano más elevado, o para bajar de ellos.” Pero por eso mismo tampoco lo son. Porque según parece aunque puedan usarse para ello no sirven para subir ni bajar, sino para sentarse y consumir. Luego entonces resulta que son los hosteleros los que aún no se han dado cuenta de que no son escaleras. Por otra parte, cierto es que como escaleras resultan poco eficientes, sus huellas están desproporcionadí­simas en relación con la altura de sus tabicas. Además, si hacemos caso de la wikipedia, y revisamos la lista de posibles tipos de escalera, la verdad es que a ninguno se asemejan.

Podrí­a ser acaso una escalinata, en otras palabras… una escalera amplia y generalmente artí­stica, en el exterior o en el vestí­bulo de un edificio. Pero de nuevo nos encontramos con problemas. Amplia es, artí­stica no tanto, pero tampoco parece que sea motivo necesario o excluyente. Eso sí­, tal como hemos visto, escalera no es. Luego si no es escalera, tampoco escalinata.

Si acaso, su estructura y configuración podrí­a recordarnos a eso que se denominan bancales. Está en un terreno pendiente, y es un rellano artificialmente formado. Pero una vez más hay un par de cosas que no nos cuadran. Su superficie no es de tierra sino de piedra. No se aprovechan para ningún cultivo ni están dispuestas para que allí­ nazcan legumbres, vides, olivos u otros árboles frutales. Bueno, esto podrí­a obviarse dado que su superficie se aprovechará para sembrar vinos, aceites, pintxos y sobre todo pisotones.

Nos queda pues el otro término a debate, terraza. Y ya lo siento por los que se hayan caido pensando que lo habí­an hecho en una escalera, porque realmente se han caido enuna terraza. Bueno, por mejor decir, en una sucesión de terrazas. Y es que efectivamente lo que mejor cuadra con la zona de tropezones aún desierta es que se trata de espacios de terreno llano, dispuestos en forma de escalones en la ladera de una montaña. Si a eso le sumamos que en cuanto los hosteleros localicen sombrillas igní­fugas que aguanten la solana y el suficiente cargamento de gafas de sol para evitar el deslumbre de la plaza, y hasta pongan más jardineras para marcar su territorio, nos encontraremos ante un “Terreno situado delante de un café, bar, restaurante, etc., acotado para que los clientes puedan sentarse al aire libre“. Así­ pues, visto lo visto, la adecuación entre significante y significado nos llevará a afirmar categóricamente que, en efecto, esto son terrazas.

¡Y esto moratones! se oirá decir… y un coro responderá indignado ¡no esté tan seguro!, ¡puede que sean moratones o moretones, cardenales, negrones, hematómas o hasta equimosis varias! ¡y haga el favor de hablar con propiedad!

1 comentario

Leave a Comment

Límite de tiempo se agote. Por favor, recargar el CAPTCHA por favor.