Y este puente se acabó

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 6 de mayo de 2008

Se fueron los turistas y hemos vuelto los de siempre. Algunos, los más, han viajado fuera, y a otros no nos ha quedado más remedio que viajar hacia dentro. Pero a todos nos ha llegado la hora de volver a tomar posesión de nuestros bares, de nuestras tiendas, de nuestras calles y, ¡cómo no!, de nuestras obras.

Ahora bien, si los lunes no suelen ser dí­as felices, puentes como éste nos dejan además la cara triste. Cariacontecidos que se dice en plan fino nos hemos quedado.

Atrás quedaron los perretxikos y los caracoles pasados por agua como hací­a tiempo. Del 1 de mayo ya casi nadie se acuerda, como si la clase trabajadora ya nada tuviese que reclamar. Los fastos del Madrid antifrancés aún nos quedan lejos, y tendremos que esperar a que Wellington y la historia nos los vayan acercando hasta tierras alavesas. Hasta Subijana, La Puebla de Arganzón, Nanclares, Jundiz, la propia Gasteiz, y la despendolada huida por la llanada camino de Gipuzkoa. Nuestro glorioso bipolar también aprovechó que estábamos todos de puente para ver si no nos enterábamos de su tres cero, y el Baskonia volvió a ser cuarto mientras los madrileños estaban ocupados en ocupar la Cibeles.

Yo no sé si fue porque no daban para más, o porque les preocupaba ser los primeros en inaugurar para las masas la recién remodelada plaza y ser por tanto responsables de la primera avalancha de tropezones, remojones, y demás percances. De ser los encargados de hacer la primera prueba de carga de maceteros, bancos y farolas. Pero no pudo ser, y a buen seguro que algún muní­cipe agradeció en su fuero interno esta doble derrota. Será de los pocos que estos dí­as luzca una sonrisa de alivio que le durará, por lo menos, hasta el cuatro de agosto. Eso si el propio Baskonia no lo arregla antes y nos gana la liga.

Y entre tanto uno dándole vueltas a la cabeza sobre esta nueva responsabilidad. Buscando temas, eligiendo palabras, y sintiendo el abrumador peso de la propia cara encima de sus letras. Todo un señor puente encerrado en este enclave dándole vueltas al bolo en mi querido agujero en el mapa para que, como decí­a el otro, al final no salga más que esto.

Vamos, como para aguantar encima los relatos de viajes fantásticos, pisotones increí­bles, atascos, retrasos y demás incidencias tí­picamente vacacionales. A uno es que casi se le quitan las ganas hasta de hablar de la Virgen Blanca, del tranví­a, de los parkings, de las rampas o de esos temas que de verdad nos interesan. Será el sí­ndrome post puental.

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