La excelencia acústica

Esto de la excelencia acústica nos va acostar car porque, según parece, se va a constituir en una seña de identidad, en un valor diferencial de nuestra a menudo demasiado silenciosa ciudad. Y es que resulta curioso que una ciudad a la que cabe acusar de callada por demás, de tí­mida rozando la mudez, esté ahora dispuesta a hacerse un hueco en el mundo por su excelencia acústica.

Pero paradojas al margen, y buscando siempre obtener la mayor rentabilidad posible a nuestros esfuerzos patrimoniales, he leido con interés el gran número de visitas que el señor Toyota girará a nuestra ciudad. Y he pensado que igual era bueno que se diese una vuelta por la ciudad. Por el ayuntamiento, por el parlamento, por las juntas generales, por la delegación de gobierno, por las sedes polí­ticas y sindicales, en fin, por muchos de esos sitios en los que también se echa de menos la excelencia acústica. Y lo digo, porque vistos los resultados y oidos los procesos uno tiene la impresión de que falta ya no excelencia, sino casi hasta acústica.

Vamos, que parece que ni se oyen ni nos oyen. Y tal es así­ que si algo quiere la gente en conjunto es que le oigan, que le atiendan, que cada cual se dedique a lo suyo y todos juntos a vivir, que son dos dí­as. Y así­ resulta que los que tienen que hablar hablan, pero muy a menudo solos o sólo para ellos. Y los que tienen que escuchar y atender a menudo ni oyen ni ven ni entienden.

Y ya puestos a amortizar, que se de también una vuelta por bares, sociedades y demás espacios en los que convivimos y en los que, digo yo que presionados por el entorno, demasiado a menudo nos dedicamos a lo mismo de lo que protestamos, a no escuchar más que el sonido de nuestra voz y a ver como los demás mueven los labios sin el menor interés por saber lo que dicen sus bocas.

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