El DNI. La vida sigue igual

La semana pasada me vi obligado a navegar por la administración. Y cuando digo navegar, no me refiero al concepto virtual del término, sino al real. Los chicos de la Hacienda del Estado (recordar que uno es administrativamente castellano – leonés), con la eficiencia que les caracteriza me recordaron amablemente que en mi entorno familiar se habí­an producido cambios que no habí­a notificado. Por más señas me dijeron que sabí­an que mi hijo habí­a cumplido 14 años y que debí­a enviarles su número de DNI. Así­ pues, me dije a mi mismo… vamos a ello.

Fuimos a recoger la lista de trámites y requisitos y nos dispusimos a abordar el asunto. El trámite no parecí­a complicado. Primero certificamos que el niño ha nacido, cosa en apariencia evidente pero cuya certificación por el registro civil es necesaria; le sacamos una fotico; preparamos unos eurillos y nos vamos a comisarí­a a que nos hagan el papel. Pero cuando te metes en harina te encuentras con una gran sorpresa… Ante la simplicidad y superficialidad de la vida moderna, ante la vorágine y la velocidad que impiden y hacen olvidar la reflexión, la administración nos procura espacios y tiempos para ella. Bueno, sobre todo tiempos, porque los espacios donde uno pasa los tiempos son más bien exigí¼os, y en todo caso poco acondicionados. Pero vamos a intentar resumir los frutos de estas reflexiones…

La primera que aparece de forma concurrente es la desproporción que hay entre el número de funcionarios que los presupuestos generales nos dicen que hay, y los que nos atienden cada vez que vamos a hacer algo.

La segunda es que mucho hablar de e-administración, de ingenierí­a de procesos, de gestión del conocimiento, de consultorí­a, optimización, eficiencia, modernización… y al final te encuentras haciendo cola para que el funcionario de turno se levante, coja un grueso libro con sus lomos escritos a mano (preciosa escritura por otra parte) abra una hoja, saque una fotocopia (gran avance tecnológico, ya no lo tiene que copiar a mano), le ponga unos sellos y te la entregue. Se llama partida de nacimiento y la tienes que pedir para que sólo sirva para el dni. Para otras cosas se supone que habrá formas distintas de nacer…

La tercera es que el número de sillas de espera nunca se corresponde con el de personas que esperan, y que si se me apura, hay ocasiones en las que resulta evidente que se está superando el aforo del local.

La cuarta es que si para nosotros, los indí­genas, estos trámites son engorrosos, para los inmigrantes de allende la pení­nsula son además o más frecuentes o más necesarios, no sé, pero allá donde vayas son cada vez más, pidiendo un papel detrás de otro, y aprendiendo con el sudor de sus fotocopias lo que es la vida en occidente .

Lo cuarto es la ofensiva prepotencia con que la administración en su conjunto juega con el tiempo de los ciudadanos. A pesar de ciertas mejoras, los ciudadanos nos vemos obligados a adaptar nuestras jornadas a las de la administración, y a hacerlo durante horas.

Lo quinto es que cuando uno por fin acaba, se da cuenta de que el tiempo real que ha empleado en las gestiones es en todo caso inferior a 10 minutos, mientras que el tiempo total, suma de esperas y tiempo real supera en ocasiones como la mí­a las 3 horas.

Lo sexto es que encima de todo esto te das cuenta que la administración se pasa por el arco del triunfo lo que le da la gana. Y pondré un detalle. Mientras los papeles de uno son mirados con lupa, te encuentras de repente con que el funcionario que te está haciendo la gestión del dni le dice al niño que escriba a mano en un sobre un texto que tiene que copiar de un postit, texto que, por supuesto, está sólo en castellano, texto en el que el niño se ve obligado a mentir oficialmente por primera vez, porque el documento de marras no lo recibe en Vitoria, no, lo recibe en Vitoria – Gasteiz.

En fin que desde que me saqué yo mi carné a hoy, tampoco es mucho lo que ha cambiado. Ahora habí­a un policí­a super majo, con una paciencia y una solicitud de las de envidiar. Ya no huele a gasolina o aguarrás como antes, la tinta de las huellas es digital, y no suena el golpear de las olivetis, y hasta te vas con el carné hecho en vez de esperar un par de semanas, pero por lo demás, dentro de las oficinas y despachos de nuestro nunca suficientemente valorado edificio burocrático… la vida sigue igual.

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