El desencanto, unas reflexiones en clave electoral. Tercer acto

Vamos a abordar el tercer acto de este drama que hemos titulado “El desencanto”. Tras los dos primeros actos, el fracaso de los profesionales, y el fracaso social, hoy toca el turno a:

Tercer acto. El fracaso nacional.

Resulta evidente, y el PSE no para de jactarse de ello aunque de este tema ya hablaremos en un entreacto titulado “el enclave en medio de la nada”, que estas elecciones han supuesto todo un fracaso en la pugna identitaria que dirí­an algunos, en la cuestión nacional, que dirí­an otros. Y ha sido de tal calibre el descalabro que no caben paños calientes. Es más, en realidad esto es un paso más en una tendencia que viene apuntándose desde hace largo tiempo. Una tendencia que por otra parte comparte muchas razones con el fracaso en lo social a que nos referí­amos en el acto anterior, pero que sin embargo tiene sus propios elementos de análisis peculiar.

Se dice a menudo que la ciudadaní­a no valora lo que de facto supone el autogobierno para este paí­s. En este sentido es encomiable el planteamiento de inicio de la campaña de EAJ, empeñado en demostrar que aquí­ se vive mejor porque nos autogestionamos en parte, o algunas intervenciones de candidatos de EA abundando en esa idea. Pero estos son mensajes que duran apenas quince dí­as, la precampaña, porque la campaña, que es lo que va entre precampaña y precampaña, acaba donde siempre, en la nada. En lo fácil, en lo simple.

Más valdrí­a preguntarse cómo es posible que hace años, cuando ser vasco era dificil, todo el mundo querí­a ser vasco, mientras que ahora, que teóricamente es más sencillo, menos militante incluso, ocurre lo contrario. Se me podrá acusar de simplista, y cierto es que tampoco voy a hacer mucho más que sugerir algunas lí­neas. Pero como dirí­a el otro estas son mis razones, y si alguien tiene otras mejores que las aporte, que si lo son no dudaré en hacerlas mí­as.

Cuando todos querí­an ser vascos, querí­an varias cosas, o asimilaban en su imaginario lo vasco con una serie de cualidades. No me refiero a aquello de trabajador, leal, honrado y todas esas historias, no. Sino a la capacidad de serlo, y a la vez disfrutar del la vida. Comer, beber, cantar, reir y bailar. Cada cosa a su tiempo o todas juntas. Eran tiempos en que el vasco, en el imaginario colectivo viví­a bien y caí­a bien. Era capaz de trabajar, de comprometerse, manejaba y además se lo pasaba bien y hací­a a los demás pasárselo bien. Así­ que caí­a alguien por aquí­ y a los cuatro dias ya querí­a ser más vasco que el arbol de Gernika. Si a eso le sumamos que cuando volví­a a su tierra de origen apreciaba aún más el cambio en calidad de vida en todos los ámbitos de la misma, la cosa era aún más sencilla de entender. Eran tiempos además en los que prácticamente todo el mundo tení­a en su entorno o en si mismo a alguien a quien habí­an detenido, a quien habián encarcelado, a quien habí­an dado unos porrazos o a quien simplemente habí­an tocado los … en cualquier momento u ocasión por el simple hecho de llevar una matrí­cula, un dni, o lo que era más grave una ikurriña o cosa por el estilo, vamos por ser vasco.

Si miramos hoy a alrededor la situación ha cambiado. Los más esencialistas de los vascos aparecen siempre muy serios, como enfadados. Como modelos en una pasarela pero de pie detrás de una mesa o una pancarta. Son, aparte de otras muchas cosas, una imagen antipática, aburrida y reiterativa en sus mensajes y hasta en sus frases hechas y sus palabras. Una caricatura de si mismos, como los viejos artistas. Los menos esencialistas son más asimilables al modelo europeo, pero también acaban aburriendo al personal que ya no los ve como tan jatorras. Y para terminar de arreglarlo todo, cuando vuelven a sus tierras de origen las encuentran en etapas de desarrollo cada vez más cercanas a la nuestra, al menos en apariencia. Por otra parte, hoy es raro el que no tiene algún conocido, familiar, compañero de trabajo o hasta uno mismo que no ha pasado algún mal trago o que tiene que ir acompañado de un pipero para evitarlo y todo por “ser o no ser joven pero en cualquier caso no ser abertzale como algunos entienden que hay que ser”. Y claro, con ese panorama llegamos al punto donde llegamos, y el pasotismo en lo nacional se manifiesta, en términos sencillos en aquello de yo vasco si, pero que me dejen de historias, y sobre todo que me dejen de histerias.

Vamos, que estamos perdiendo atractivo a fuerzo de hacernos cardos, y por lo que hemos dicho en los actos anteriores, la gente ya no está para coronas de espinas, prefiere el spa.

Mañana si es posible… El Epí­logo 

 

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