El desencanto, unas reflexiones en clave electoral. Primer acto

Bueno, ha pasado ya el tiempo suficiente para ver volar las primeras cabezas, para echar algunas cuentas, para leer y escuchar interpretaciones y demás jerigonzas e intentar, a modo de borrador plantear algunas reflexiones. Desgraciadamente son reflexiones que pueden agruparse en un concepto: el desencanto.

Evidentemente estas elecciones han supuesto en gran medida el éxito de un modelo y el fracaso de otro. Podemos darle muchas vueltas, pero siempre encontraremos que han ganado las ganas de que todo siga más o menos como está, y han perdido las ganas de cambiar las cosas. Ha ganado el espí­ritu asertivo, el que discrepa dentro de unos lí­mites bien precisos pero coincide en todo lo demás, o sea, en lo principal, y ha perdido el espí­ritu crí­tico, el que analiza la realidad, acumula motivos para mejorarla, construye planes para hacerlo y emplea sus fuerzas en hacer algo congruente con lo anteriormente dicho.

Este fracaso cabe plantearlo en tres escenarios diferentes pero parte en todo caso de un mismo drama. Podrí­amos incluso hablar de un desencanto en tres actos. Y recuperando el tradicional género periodí­stico de la publicación por entregas, vamos hoy a abordar el primer acto, y sucesivamente el segundo, el tercero y el epí­logo…

Primer Acto. Los profesionales

En esto de la polí­tica coincidiremos en que los profesionales, en general, tienden a ser conservadores en una misma cuestión, su profesión. Bien es cierto, que esta profesión puede mantenerse y agrandar su poder, o puede depender de que el sistema cambie. En este último sentido, y en el contexto cercano de las últimas elecciones, hay dos cuestiones en nuestro entorno cercano que visualizan este afán de cambiar el sistema: la cuestión nacional, y la cuestión social.

Aún teniendo por cierto que en la cuestión nacional no todo es socialmente izquierdoso, en ambos casos los profesionales del cambio, que podrí­amos decir, han sufrido en gran medida uno de los cánceres eternos de la izquierda, especialmente de la izquierda más convencida y más beligerante: la desunión. Enzarzados en nimias discusiones, perdidos en bizantinos debates y empeñados en lograr victorias pí­rricas, el resultado es el primer acto: un fracaso.

De poco vale echar culpas a diestro y siniestro y entender la autocrí­tica como un coro que vuelve a decir que habrí­a que haber hecho lo que yo decí­a. ¡Pues haberlo hecho, que para eso sois profesionales!

continuará… Mañana segundo acto, el fracaso social…

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