Arriba el telón

De aquí­ a pocas horas ya nos podrán pedir lo que llevan toda la vida pidiéndonos, que les votemos. Lo podrán decir sin engañarnos. Por mejor decir sin engañarnos al menos en eso. Y aquí­ estoy. Viendo a través de mi ventana tejas; higueras vestidas de invierno, o sea desnudas; campos en los que crece perezoso y sediento el cereal; nubes que remolonean por el cielo, cansadas del meneo de los dí­as pasados; luces que cambian de color en el horizonte mientras el dí­a agoniza; y una antena, solitaria, enfocada a Zaldiarán.

Eso me devuelve a la campaña. La antena. Porque hoy por hoy, es ahí­ donde está el punto de conexión con la realidad, en las ondas, en el show.

En estos dí­as uno recuerda con nostalgia los tiempos aquellos de la brocha y el engrudo. Del Dyane 6 y el 8 y medio con los carteles pegados con cello y las banderas atadas con cuerdas. Megáfono en mano; papeles que volaban por las calles y las tapizaban; pegatinas de todos los colores; mí­tines a los que la gente acudí­a con emoción; aplausos de pie con lágrimas en los ojos; militancia, esperanza, ilusión, entusiasmo…

Luego llegó el estatuto de los trabajadores, y de pronto los periodistas se dieron cuenta de que eran trabajadores, y los candidatos también, y hasta los servicios de limpieza. Luego llegaron los nuevos ayuntamientos, y decidieron que habí­a que ser civilizado hasta para ser revolucionario. Se acabaron los ruidos a deshora, y los papeles por el suelo. Y llegaron los propietarios y pensaron que ya estaba bien de empapelar las paredes de sus lonjas, habitadas o no. Y llegaron al poder aquellos que se presentaron, y escogieron mejores asesores y se olvidaron de la cara de sus electores. Y luego llegaron los electores y empezaron a dar la impresión de que no estaban para pasar frí­os, ni para emociones y aplausos. Y que aunque estaban para llantos, estos eran más por su propia situación que por la emoción que trasmití­an los candidatos.

Todos se pusieron de acuerdo y llegaron a acuerdos. El acto de las doce se graba a las 9, y así­ pueden dormir periodistas y candidatos. No se tiran papeles bajo multa. No se pegan carteles salvo en los espacios autorizados (así­ los que los quitan tienen también menos trabajo). Las campañas no las dirigen ideólogos sino realizadores. Los cámaras no tienen porque llevar cámaras porque ya les dan las imágenes, y al paso que vamos, hasta los mí­tines se harán con figurantes. Eso sí­, con su correspondiente convenio. Hasta aquellos largos espacios electorales en los que se combinaba lo más granado de la producción audiovisual con lo más friki del panorama polí­tico se han acortado. Esta vez serán de 30 segundos. A fin de cuentas, si son anuncios para que van a ser más largos. A fin de cuentas, para lo que hay que decir, con 30 segundos sobra…

He vuelto a mirar por la ventana y ahí­ sigue la antena. Temblando de miedo ante la que le espera. Ahí­ sigue el paisaje desapareciendo poco a poco en las sombras de la noche. Todo parece triste en este universo que comienza a dormirse, sólo allí­ a lo lejos, donde se junta el cielo y la tierra, una franja roja permanece dibujando el horizonte.

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