Cuando noviembre era octubre

Han pasado noventa años y parece sin embargo que nuca hubiese existido. Un aniversario redondo que ha pasado inadvertido, silencioso, escurridizo. Apenas recuerdo poco más que un artí­culo de opinión en el Diario de Noticias, y sin embargo, el 7 de noviembre se cumplieron 90 años de aquel 25 de octubre en el que la guardia roja asaltó el palacio de invierno. La revolución de los soviets habí­a triunfado.

Los bolcheviques derrotaron sin apenas dar batalla al gobierno de Kerensky, y acabaron defnitivamente con los Zares. Esos déspotas más o menos ilustrados que en un alarde de modernidad mantení­an contra viento y marea su calendario juliano, un sí­mbolo en definitiva de su enorme respeto por las tiránicas tradiciones del medievo feudal.

En su tiempo la revolución rusa ocupaba en los libros de historia un lugar de parecidos honores al de la revolución francesa, o la revolución norteamericana. Eran otros tiempos. Y ahora, habrí­a casi que promulgar una disposición adicional a la ley de memoria histórica para explicar lo que fue, lo que significó, cómo comenzó, cómo evolucionó, y cómo terminó como terminó. Bueno, y ya de paso hablar de los por qués.

Porque olvidamos y enterramos cosas como ruinas vergonzantes del pasado, mientras vivimos a diario la verguenza de un presente en el que, disueltos en la niebla de las globalizaciones, las onus, los g7s, y los iconos neocons, los palacios de invierno no se distinguen y son por tanto inexpugnables.

Pero no está de más refrescar a veces la memoria, y soñar, como hace un siglo lo soñaron, que, efectivamente otro mundo era posible. Y creer, como algunos utópicos creyeron, que el internacionalismo es posible, y hasta necesario, sin que ello siginifique renunciar al respeto a las culturas y personalidad de los pueblos y naciones de la tierra. Que la monarquí­a es algo obsoleto, y por tanto extinguible. Que los medios de producción deben estar al servicio de los pueblos y no los pueblos al servicio de quienes los controlan. Y hasta si se me apura, que el estado como hoy lo conocemos, no es algo que pueda transformarse, sino eliminarse. Que la burocracia acaba convirtiéndose en una clase más, en una casta que ejerce su poder sobre las otras, y que sólo dominando el mundo es posible trasformarlo.

Claro, que después de tanto sueño, va uno y se despierta viéndo como los españoles defienden a su rey, a su anterior jefe de gobierno  y a sus transnacionales no porque sean justas solidarias ni nada por el estilo, sino porque son españolas. Viendo como los humoristas son condenados por delitos de injurias a la familia real, los obreros deslocalizados, los precios de la energí­a, de los combustibles, del pan y de las hipotecas disparados para mejor balance en las cuentas de resultados de las grandes corporaciones, los burócratas detenidos, y qué se yo cuantas barbaridades más. Y entonces va uno, se da media vuelta y sigue soñando.

 

1 comentario

  • Jesus dice:

    Tienes la suerte inmensa de darte media vuelta y seguir soñando. Yo, sin embargo, ya estoy de vuelta.

Leave a Comment

Límite de tiempo se agote. Por favor, recargar el CAPTCHA por favor.