Me pareció ver un lindo gatito…

No hace muchos dí­as se anunciaba la creación de una “gatoteca” en el casco viejo vitoriano. Hoy recoge el Diario de Noticias la rueda de prensa en la que ATEA, no por descreida sino por aquello de tratar a los animales de forma ética, criticó y expuso sus motivos y alternativas para el asunto.

Es conocido que en cuestión de animales, bí­pedos incluidos, soy habitualmente polí­ticamente incorrecto y si se me apura incluso un poco contracorriente. Pero este caso me ha llamado la atención especialmente, porque me temo que no estoy de acuerdo ni con unos ni con otros.

No me parece bien dedicarse a cazar gatitos y echarlos a un foso para luego echarles comida. Además de los arañazos que pueden acarrear a los cazadores, me parece ua medida hipócrita y poco eficiente a la hora de atajar el problema que realmente se esconde detrás del asunto. Por supuesto que dejarlos libres, tal como propone atea, y además alimentarlos y ponerles vacunas tampoco.

Y es que en estos casos, éticas y sensiblerí­as aparte, hay que llamar a las cosas por su nombre. Los gatos son una plaga, igual que las ratas pero más bonita. Son una plaga porque se reproducen a muy buen ritmo, porque en su vivir libre, causan daños en tejados y otros puntos, su presencia masiva es antihigiénica y encima a menudo son portadores de parásitos y otros bichitos de mal vivir. Como sigamos por este camino acabaremos por denunciar el salvajismo de las campañas de desratización, y hasta defenderemos el derecho de pulgas, garrapatas, chiches y cucarachas a una vida digna y bien alimentada.

Cierto es que los gatos son parte del “mobiliario urbano”. Una especia que más que por cariño se tení­a en la casa para acabar con otra plaga, los roedores, o se les dejaba andar a su libre albedrí­o siempre por esa tarea desratizadora a la que con tanto empeño se aplicaban.

Pero tan cierto como eso es que cuando una gata parí­a, se aplicaba un proceso de “regulación biológica”, esto es, se retiraba gran parte de la camada, se dejaba uno o dos ejemplares, o a veces ninguno, se metí­a al resto en un saco y al rí­o. Duro pero necesario. Lo menos duro lo tenemos a la vista. Plaga de gatos en el casco viejo.

Y es que lo ecológico, lo respetuoso con el medio ambiente no es negarse a la muerte, sino evitar las plagas y los desequilibrios, y si no hay “autoregulación”, pues se hace. Lo contrario quedará muy bien, pero no soluciona el problema porque lo ignora. No se si será ético, pero desde luego lo polí­ticamente correcto en el sentido estricto del término y hablando del buen gobierno es tomar las medidas necesarias, justas y con visión de conjunto y de futuro, y no las agradables ni las agradecidas ni las que provocan el aplauso al momento mientras derivan el problema a otro punto del tiempo o el espacio.

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