Ritos que perviven

Los espacios rurales son tradicionalmente más tradicionalistas. Quiero decir que, probablemente debido a que existe una mayor y más larga relación entre el humano, la tierra y la casa, son muchos los ritos que perduran en un modo más arcaico, pero a la vez también más humano. Esa importancia colectiva que tienen los momentos individuales de la vida, el nacimiento, la boda, la enfermedad y la muerte, sin sensiblerí­as, sin aspavientos, tomados como algo natural e inevitable va perdiendo terreno en las ciudades.

Puede que sea porque estas han crecido mucho y son en defintiva receptáculo de grupos más pequeños que se deshacen y se diluyen.

En los pueblos aún es de rigor el funeral de cuerpo presente, el entierro propiamente dicho y en general todo el rito que ello conlleva. Generalmente todo empieza con un reguero de pólvora que extiende la noticia por la comunidad que automáticamente se pone en marcha. Hay que adecentar el cementerio, cavar la fosa, avisar al cura, buscar las llaves de la iglesia, y por supuesto ir preparando un ágape para los más allegados.

El dí­a del funeral todos, vestidos de forma decente, inundarán de coches el pueblo, y esperarán en animada charla la llegada del coche fúnebre. Muchos son los que se encuentran después de tiempo y se saludan, y hasta se oyen risas. Muy a menudo sólo los más cercanos visten ojos llorosos. Cuando llega el protagonista entran todos en la iglesia. Bueno, más exacto serí­a decir que entran todas. Con la excusa de que las iglesias suelen ser pequeñas los hombres aprovechan para seguir la tertulia junto al pórtico o más lejos aún, depende del tiempo.

Y luego se va y se entierra, y se espera pacientemente en la fila para saludar a la familia. Y luego, los más cercanos se unirán en una buena merienda, y el resto de la clpa aprovechará que están vestidos de domingo y que han vuelto a verse después de mcuho tiempo para tomar unos vinos en los bares más cercanos. Y repetirán los mismo dichos, los mismos refranes y las mismas sentencias. Repasarán la vida y familia del difunto, y según los casos, las amistades y un cierto punto de sinceridad dirán con toda franqueza si el finado era un santo o un demonio, un vago o un avaro. Ya por último se harán las porras sobre los más cercanos candidatos, y hasta otro dí­a.

Y que nos veamos, y que no vengamos tumbados, y etc. etc. Puede parecer rudo, pero es humano.

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