Las ciudades visibles (9)

La ciudad de los tránsitos.

La ciudad de los tránsitos es en realidad la ciudad de las lágrimas y las esperanzas, la ciudad de las esperas, la ciudad de los reencuentros y la de las despedidas, la ciudad de los abrazos y de las lágrimas.

Es la primera ciudad que ve el viajero, y también la última. Es una ciudad que se integra en otras, que se dispersa, pero que en las ciudaddes que conocemos es una ciudad taburete de tres o cuatro patas. En las ciudades del interior es una ciudad triangulo, que se hace cuadrado en las de costa que tienen puerto. En las ciudades visibles de Gasteiz, que como es sabido no tiene playa, la ciudad de los tránsitos tiene tres patas, la estación de autobuses, la del tren y el cementerio viejo.

La estación de autobuses no es sombra de lo que fue, porque es como todas las cosas temporales, las que más se aferran al tiempo y permanecen. No tiene el encanto ni el recuerdo de aquella estación que el viajero conoció hace años, en la que pasaban los inviernos jubilados y ociosos, en la que podí­an comprarse trufas y periódicos, en las que se veí­a llegar y partir, cerca y lejos, militares, universitarios, emigrantes, y los jueves, los habitantes de los entonces invisibles pueblos de la ílava lejana.

La de tren mira con angustia al futuro, mientras repasa sus largos andenes y recuerda aquellos expresos con compartimentos para ocho, con sus asientos de “escai” azul, y sus fotos en blanco y negro. Aquellos trenes cargados de “moros”, o esos otros que descargaban en el anden cientos de mozos asustados que formaban torpemente, aún de paisano, camino del CIR. Hoy tiene pantallas y puertas automáticas, y no está ya aquella comisarí­a permanente. Pero a las noches el viajero vuelve a ver aquel mismo cielo blanquecino que veí­a aquellas noches en que esperaba el Puerta del Sol, o el expreso de Valladolid. Pronto le quitarán las ví­as, le han dicho, ¿y que es una estación sin ví­as?

El cementerio es una estación un poco especial, se va pero no se vuelve. Eso parece, pero es también una estación en la que cohabitan los vivos y los muertos, grabados en lápidas que anclan los recuerdos y que llaman al superviviente a volver al menos una vez al año a comprobar si siguen ahí­ aquellas imágenes de lo vivido.

Como todo lo mágico la ciudad de los tránsitos tiene forma de triángulo. Como todo lo humano tiene algo de antiguo. Como todo lo antiguo  tiene un algo de aceptar lo inevitable, la partida, el adios y la muerte. Como todo lo duro cada vez tiene menos sitio en nuestras modernas ciudades de la vida sin vida, sin emociones. Como todo lo que no tiene sitio sólo tiene un destino, alejarse como hicieron con el cementerio o desaparecer bajo tierra.

La nueva intermodal será, no cabe duda, muy funcional. Pero enterrará aquellos sitios donde vimos por última vez una cara, donde esperamos con impaciencia el principio de un viaje, donde aguardamos con ilusión y nervios un reencuentro.

El viajero parte triste pensando en que un dí­a cuando vuelva, lo hará casi a escondidas, y llegará a una ciudad de los tránsitos convertida en catacumba de los tránsitos.

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