Lo de Lizartza

A nadie se le escapa la nula simpatí­a que me producen muchos de los postulados y la mayorí­a de las actitudes de eso que ha venido en ser y llamarse la izquierda abertzale.

Pero como uno ya se va acostumbrando a que le acusen de equidistante, de tibio, de traidor y que se yo de cuantas cosas más, ignorando a quienes son incapaces de ver, y por ello mismo se inhabilitan para medir lo que dicen, voy a decir lo que pienso sobre el asunto.

Con las palabras jugamos más de lo que la prudencia aconseja. Jugamos con las palabras y con los significados y los ideales que encierran. Cuando uno contempla el espectáculo de Lizartza, uno ve de todo. De todo menos lo que algunos se empeñan en ver. De todo menos un triunfo de la democracia. Lo de Lizartza puede ser una demostración de aplicación de la legalidad, puede ser un motivo de orgullo para quienes valoran como bien principal la firmeza del estado, su capacidad para legislar y su legitimidad a la hora de imponer y hacer respetar sus decisiones con el uso monopolí­stico de la fuerza.

Pero no creo que nadie pueda sustentar que un municipio en el que tienen derecho a voto cerca de 500 personas, sea gobernado en exclusiva por un partido que habitualmente no tiene más allá de siete u ocho votos. No creo, decí­a, que nadie pueda decir que esto es democrático.

Es como cuando se habla del imperio de la justicia y en realidad se alude al imperio de la ley. Porque la ley, por esencia no es justa per se, es simplemente legal. Y hay Justicia y justicias, y no siempre lo justo es legal, ni lo legal justo.

En Lizartza no hay Democracia, habrá aplicación de la legalidad de un estado que se autoinvoca como estado de derecho y que se autodefine como democrático, pero no hay democracia. Eso se lo han pasado por el arco del triunfo como suele decirse. En Lizartza hay un ayuntamiento que a mi personalmente me recuerda a aquellos ayuntamientos franquistas, y hasta aquellos alcaides, comendadores, delegados reales y virreyes que poco o nada tení­an que ver con los pueblos que gobernaban allá por el siglo de oro o incluso antes.

Esto es como lo de Navarra, que los navarros decidan si deciden lo que yo quiero, o como algunos paises islámicos en los que se anulan elecciones, se justifican cuartelazos o se bloquean recursos porque gana quien no debe. Y es que como suele recitar la respuesta popular cuando se contesta lo que no se espera escuchar… ¿y entonces para qué preguntas?

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