Nostalgias festivas

Ayer arrancaron las fiestas de Araia. Fiestas de esas que a fuerza de años celebrándose son varias las generaciones vivas que pueden decir aquello de que son fiestas de toda la vida. A mi me tocó ir de “chofer” del amigo Pinttu, y ya se sabe, con esto de los puntos y los controles y si se me apura hasta la propia resposabilidad pase una estupenda velada a golpe de agua café y coca-cola. Como no hay mal que por bien no venga, esa extemporánea lucidez me dió la oportunidad de mirar y disfrutar lo que veí­a. Bueno eso hasta que pasadas más de dos horas y media del lí­mite fijado para la vuelta me tuve que poner flamenco y volvernos para Vitoria.

Pero a lo que iba, que uno se va dando cuenta en estos sitios de que cuanto más pequeño es el sitio, y más antiguas sus fiestas, con más ahinco se viven. Estos espacios festivos tan pequeños son todo un alarde de humanidad. En apenas unos metros cuadrados conviven generaciones de las mismas familias, y gentes de todas las tribus urbanas, polí­ticas y hasta lúdicas. Hace años lo tradicional era acabar a palos. Hoy en dí­a lo cierto es que cuando uno está medianamente sereno se da cuenta de que es inevitable, y de que lo realmente milagroso es que no haya más palos.

En estos casos se demuestra aquello de que el pueblo que bebe unido permanece junto, no se ya si unido, pero por lo menos junto si. Aunque sea nudillo con mejilla, o testí­culo con rodilla. Ya se sabe, del contacto nace el cariño…

Pero bueno, lo cierto es que el cielo de Araya recibió unos cuantos disparos pirotécnicos, los estómagos de los propios unos cuantos disparos etí­licos, y gracias a dios, por lo menos hasta eso de la una no hubo más disparos.

La verbena la inició con su habitual estilo Joselu Anaiak, los bee gees de Araia, que decí­a alguno. Y esa es otra cosa que realmente llama la atención en nuestras fiestas, más aún cunado combinas lo que ves con lo que los recuerdos de los presentes te hacen imaginar. Hace años los músicos estaban en el pequeño kiosko, y la plaza estaba abarrotada de dantzaris y bailarines. Hoy el escenario ocupa media plaza y la otra media o esta vací­a o si acaso cubierta de niños. En eso si que coiincide todo el mundo… ya no bailamos como antes. Siendo un poco más profundo, podrí­amos decir aquello de que estamos perdiendo la costumbre de acercarnos con “armoní­a”, y que lo que vamos aprendiendo es a amontonarnos sin demasiada educación y desde luego con mucho menos cariño.

Buenos San Pedros a todos.

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