Me gusta el futbol

Llevamos por estos lares una temporada aciaga, en la que cada fin de semana, vemos perder, justoempatar o malganar en contadas ocasiones a nuestros equipos. Y luego tenemos que esperar a que televisen un partido del Barí§a o así­ para reconciliarnos con un deporte que también es espectáculo.

Ayer, en el bar, con la cervecita en la mano, que es como realmente se disfruta del futbol, asistimos a uno de esos partidos que, como suele decirse, crean afición. Y escribo de esto hoy, porque después de tantos dí­as de tensiones y frustraciones, de pensar y reflexionar, le apetece a uno dejarse llevar por sus bajas pasiones y deleitarse por unos momentos con esas cosas que son tan perniciosas en exceso como en defecto.

Porque de vez en cuando hay que reconocer sin tapujos ni falsas modestias que a uno le gusta el futbol, y los toros, que se rí­e con las pelí­culas de Torrente, con la saga de Aterriza como puedas y el genial Leslie Nielsen, y que hasta no puede evitar la risa con algunas de Pajares y Esteso. Que entre libro y libro, documental y documental, ensayo y ensayo, uno goza de una buena novela de aventuras, de una horterada veraniega, de una carrera de motos, y hasta de un partido de futbol o una buena corrida, aunque sea de toros, como decí­a el chiste.

Pero lo de ayer es además un espectáculo para sacar incluso alguna conclusión hasta más seria. Se enfrentaban Liverpool y Chelsea. Varias claves a tener en cuenta. Se enfrentaban la historia viva, el sí­mbolo, la tradición, la cultura del futbol, con el ansia de un multimillonario por llegar a lo más alto. Ganó el futbol frente al negocio o la presuntuosidad. Era además futbol inglés. Esto es, rápido, intenso, bastante más técnico que antaño, pero sobre todo y por encima de todo, una demostración de que fuerza y nobleza, empuje y honestidad no son antónimos, o no tienen por qué serlo. Hasta Mejuto Gonzalez, un arbitro que por aquí­ se hubiese hinchado a sacar tarjetas, estuvo a la altura e hizo lo que debí­a, dejar jugar. Aunque haya roces, aunque haya choques, aunque uno se caiga y se levante.

Eso es un buen árbitro, y eso es una buena forma de jugar. Mucho que aprender por algunos árbitros, lease jueces, y algunos jugadores, lease agentes sociales y polí­ticos, que lo que es jugar juegan poco, lo que es ganar más bien menos a partidos me refiero, pero que eso sí­ que no se les puede negar, espectáculo, lo que es espectáculo lo dan de sobra.

 

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