Elogio de la tortura

Se me perdone la apropiación indebida y el mal uso hecho del tí­tulo de Erasmo, pero además de rimar y cuadrar, resulta adecuado al contenido de estas lí­neas, y si ahora no se entiende, enseguida se comprenderá.

Hoy, a las cinco y media de la tarde, timbales y clarines, han puesto el sonido al primer acto taurino celebrado a cubierto en el nuevo coso vitoriano. Unas cincuenta personas poní­an el sonido y la denuncia acerca de torturas y maltratos a animales junto a la acera por la que iban desfilando los 7.800 asesinos insensibles camino de sus asientos. Algunos lo hací­an sin saber aún que ambos caminaban en pos del mismo asiento, pero eso es harina de otro costal.

No voy a osar introducirme en un género que tan grandes plumas ha tenido como la crónica taurina. simplemente quiero hacer un par de reflexiones al respecto.

La plaza es una maravilla, o al menos así­ me lo pareció a mi. Es cómoda, es amplia, es accesible, ofrece buena visibilidad, su fachada, especialmente en tardes soleadas como ésta, ofrece un bonito juego de reflejos, irisaciones, luces y sombras. La cubierta se desplegó sin que nadie la oyese, nada se cayó ni se rompió, ya habrá tiempo para ello. Ni con catalejos se veian huecos en las gradas y tendidos. El espectáculo contribuyó. Los caballos y su doma siempre sorprenden gratamente, y más cuando hablamos de que a sus lomos cabalga Hermoso de Mendoza. Los diestros estuvieron en su papel, los Zalduondos en el suyo, con mayores y menores aciertos de los seis, y el público de una plaza como vitoria en el suyo, pidiendo música y orejas, que es a lo que se va. En definitiva, una tarde reconda como el coso.

Y eso a pesar de la multitud de negros augurios y funestos presagios que precedieron a la tarde. Y es que esto de los toros, si no es por una cosa es por otra trae siempre cola, y a veces rabo y orejas.

Hablamos de un espectáculo en el que se mata a un animal, cierto. Pero hablamos a la vez de un espectáculo que ha fascinado a mentes perversas y desalmadas como Goya, Picasso, Hemingway, y hasta al difunto Idigoras, el de Amorebieta. Hablamos de un espectáculo cuyo arraigo en nuestro pueblo, el vasco es más que evidente, y si no que se lo pregunten a los debarras, y a muchos otros gipuzkoanos vizcainos, alaveses navarros y hasta labortanos y suletinos. Yo recuerdo que hace años, el punto espacio temporal en el que más euskera se oí­a en Vitoria era alrededor de la plaza en la feria de La Blanca. Pero es tan solo un recuerdo, igual que es tan solo una sensación lo que uno siente, una impresión lo que percibe, una emoción lo que siente. ¿Racionalidad? no tiene sitio aquí­, hablamos de otra cosa. ¿Sufrimiento? puede ser no lo niego. Tanto como el del espárrago blanco al que el hombre tortura ocultándole la luz a paletadas de tierra y cercenándolo sin llegar a verla. Pero claro, el espárrago ni grita ni sangra, y no sigo por ahí­, porque otras contradicciones más sangrantes en esta polémica, haberlas haylas, y nunca mejor empleado el término de sangrante.

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