300

Ayer estuve en el cine. Voy de cuando en vez, más de cuando que de en vez. Nos pusimos a ver 300, tí­tulo que viene del número de espartanos que se enfrentan a las omnipotentes tribus de Jerges, rey de los persas.

Cuando lees las notas sobre la pelí­cula te la pintan como una historia en la que unos pocos sacrifican sus vidas en contra de la opresión, el imperialismo, y claro, hablando de griegos, de los que viven en grecia, no de los otros, de la defensa de la democracia.

La pelí­cula tiene su trama, tiene sus efectos, salpica sangre por todos los sitios, pero es en cierto modo fiel al relato de las batallas que uno se imagina cuando lee la Iliada o la Odisea. Carnicerí­a en estado puro.

La fotografí­a, y ya se que cuando se habla bien de la fotografí­a significa que el resto es una filfa, es impresionante. No se si la toma en sí­ o el tratamiento posterior, pero tiene un curioso juego de color. Sin ciberpersonajes, todo parece orientado a lograr una estética de play station, de juego de consola.

Pero a mi, que soy perro viejo, hay una cosa que me llama la atención en estas obras épicas que pretenden defender la democracia.

Primero. Hablamos de los griegos, que basaban su democracia y su bienestar en la existencia de esclavos y sometidos.

Segundo, hablamos de Esparta, cuyo concepto de la sostenibilidad social es de sobra conocido, o eres fuerte o al barranco.

Tercero. Todos los “polí­ticos” que aparecen en la pelí­cula o son idiotas o son corruptos, pero en cualquier caso, la asamblea democrática es un compendio de figurantes, y el único que aparece en los créditos es, curiosamente, el malo de la pelí­cula.

Cuarto. ¿Quiénes son entonces los buenos? Pues ahí­ viene lo curioso, el rey, y como buen rey, sus hombres en armas. Los trescientos. El ejército al poder como único garante de la democracia frente al invasor. ¡Viva Chaves, Fidel, y hasta Franco! Uyy no, este último no es demócrata, en que estarí­a pensando yo.

Vamos, que no es la primera, ni será la última vez, que bajo la apariencia de una bien intencionada, y hasta democrática epopeya subyace un mensaje muy peligroso. Los ciudadanos somos idiotas. Nuestros polí­ticos, además de eso, son corruptos. Los únicos que saben del bien y del mal, y que por ende pueden defenderlo son… los militares.

La pelí­cula bien, el mensaje, pos bueno.

P.D.- además, y es lo más triste, pierden la guerra por falta de tacto polí­tico, por decirle a un jorobado, que además dice saber el único secreto que puede arruinarles, que no puede combatir porque es jorobado, encima con discriminaciones….

 

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