La puerta

Junto a mi casa, un viejo edificio está siendo demolido para su rehabilitación. Es lo normal, lo mires desde la propiedad o li mires desde la razón. Las viejas paredes dejarán paso a nuevos paramentos, mejorará la carpinterí­a interior y exterior y el tejado cumplirá su función. Hasta ahí­ todo bien, pero, ¿qué pasará con la puerta?

La puerta es una de esas puertas antiguas, de las que se pueden abrir enteras o por mitades, la de arriba y la de abajo. Esas puertas nos hablan de un  mundo cercano pero desaparecido. De unas casas que sólo se cerraban de noche, que permanecí­an abiertas en la parte superior de dí­a, que propiciaban esas conversaciones de vecinos, apollados contra la puerta entre abierta.

Puertas de esas forman parte de nuestro imaginario perconal y colectivo, y sin embargo se alejan cada dí­a más de nuestra realidad. Del miedo a que alguien entre en nuestra propiedad o tenga siquiera acceso a nuestra intimidad. Del tiempo que marca la falta de tiempo, la prisa sin pausa para hablar, del horario, la agenda y la cita.

En fin, rehabilitarán la casa, la harán moderna, lo plagarán de pisos y vecinos que puede que no lleguen siquiera a conocerse. Si hay suerte, algún avispado se llevará la puerta, y la pondrá como elemento de decoración contra una pared, sin que abra el paso a nada.

Si no la hay acabará en un vertedero hecha astillas, como el mundo que refleja, como la sociedad que evoca.

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